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Tras la pandemia, la depresión

El mundo vive tiempos muy difíciles, con una pandemia como no se había vivido antes. Las economías están paralizadas, las fronteras cerradas, y tras la crisis sanitaria, vienen las consecuencias económicas. Algunos vaticinan que esto es el fin de la economía global.

Canadá ha podido ir manejando las cosas a buen tiempo, a inicios de esta semana se pidió a toda la sociedad que se quedara en casa y día con día han ido agregando restricciones, cierres de negocios, de viajes internacionales, y mañana se cierra la frontera con los Estados Unidos; solo mercancías y casos especiales serán permitidos.

Como en otras partes del mundo, la epidemia que apareció en China a finales de 2019 se veía un poco lejos, pero se tomó en serio porque en Canadá se encuentra una de las comunidades chinas más grandes fuera de aquel país. La gente empezó a alejarse de los barrios y negocios chinos; empezaron las compras de pánico, sí aquí también volaron enlatados, congelados y papel de baño.

Pero al tiempo de que se pedía el cierre masivo de negocios, que la gente trabajara desde casa (donde fuera posible), y ante la caída masiva de las bolsas de valores y la caída de los precios internacionales de petróleo (que beneficia a los consumidores, pero afecta a los países productores), el gobierno empezó a preparar programas millonarios de ayuda para pequeñas empresas y gente que dejó de tener ingresos debido a la crisis sanitaria.

Ahora las calles de todas las ciudades lucen como pueblos fantasmas, salvo centros hospitalarios, farmacias y tiendas de abarrotes, casi todo ha cerrado. Primero fueron los eventos deportivos, que fueron cancelados, luego cada día iban aumentando las restricciones. Luego cancelaron clases y cerraron las fronteras a todos los turistas, y el gobierno dijo a todos los canadienses que se hallaban en el extranjero que debían regresar de inmediato al país. Los restaurantes y cafeterías pueden abrir solo para vender cosas para llevar o entrega a domicilio. Yo vi a personal de seguridad vigilando las áreas de comida rápida.

A diario los noticiarios informan de los avances de la pandemia en el mundo, de los casos detectados, los enfermos y los muertos. Los noticieros y las redes sociales hablan solo del coronavirus, o como se le llamó después COVID-19.

Una cosa es verlo en las pantallas, otra es ver avisos en el edificio donde vives indicando medidas sanitarias, tu oficina cerrada por tiempo indefinido, ver la reducción de servicios abiertos al público; ir al super y encontrar la mitad de los estantes vacíos; viajar en el metro y ver los trenes y andenes casi vacíos, la gente viendo a otras con desconfianza, muchos usando cubrebocas. De pronto, es como una pesadilla, eso que solo veías en las películas de terror o en las noticias en lugares distantes, ahora te rodea y te cambia la vida… entonces te preguntas ¿Qué va a pasar después? ¿Cuándo se va a acabar? ¿Cuántas más personas van a morir? ¿Me voy a infectar yo?

Y de pronto veo en las noticias y en mis redes sociales que en México no pasa nada, es más el mismo Presidente de la Republica se ríe de la pandemia y en su conferencia matutina de prensa dice que a él lo protegen sus estampitas de santos y un escapulario. Cuando por fin el gobierno cancela clases y la gente se vierte en masas a la playa, se hacen manifestaciones populares y eventos masivos.

Sumando a esa confusión, un amigo uruguayo me dice que por esas latitudes ven con gran respeto a México y que allá vieron una conferencia del Secretario de Salud de México y -me dice- que le parece una verdadera eminencia.

Algo no checa, no tiene sentido. O todo el mundo está equivocado, o los mexicanos están hechos de algo especial que los hace inmunes a un súper virus mutante que tiene a todo el mundo de rodillas.

Mientras en países como Canadá y los Estados Unidos (que también llegó tarde a tomar las medidas necesarias), discuten la disponibilidad de pruebas para detectar el virus, prevén cuántas camas de hospital, equipos médicos y respiradores artificiales van a necesitar, viendo lo que está pasando en Asia y en Europa, México ni siquiera se pide a la población que tome precauciones y asuma lo que se llama “distancia social” para reducir el contagio de un virus mortal.

Mi teoría es que además de la irresponsabilidad e ignorancia del gobierno, es esa mentalidad de que México está tan lejos del resto del mundo, que ni lo bueno ni lo malo le va a llegar. La gente sí cree que se puede ganar un avión, o su valor equivalente en una rifa, pero no cree que un virus que se ha extendido como fuego en el mundo vaya a afectar al país. En Cozumel dejan desembarcar a un crucero al cual se le negó acceso en varios puertos del Caribe, y a los pocos días, muchos barcos más deciden arribar a ese puerto, mientras el resto del mundo los rechaza, porque el gobierno les da la bienvenida.

Dicen que no hay casi mexicanos que viajen a China, quizá van a Europa, pero muy pocos, y cuando empiezan a brotar enfermos de coronavirus, los llaman “casos importados”. Bueno, el virus no conoce fronteras, y si bien es cierto, la mayoría de los mexicanos no puede viajar al extranjero, Estados Unidos -que respondió tarde a la emergencia mundial- dejó crecer el número de infectados y muchos americanos sí visitan México y muchos mexicanos viajan a la Unión Americana. El turismo atrae a muchos visitantes de todo el mundo, eso es un gran riesgo de contagio.

Y tras la pandemia viene la crisis económica, que algunos ya llaman una depresión tan grande como la de 1929. La economía global está paralizada, la caída de las bolsas es imparable, industrias como la aviación y el turismo están al borde de la quiebra, hay despidos masivos, porque la gente esta encerrada en sus casas, los negocios cerrados, el comercio de cosas no básicas está muerto. 

Los gobiernos de los países del primer mundo están evaluando este tipo de impacto y están preparando multimillonarios paquetes de ayuda para empresas y personas mas vulnerables, pero los efectos de la pandemia apenas están por verse.

En México, aun no se considera eso, ni siquiera se mencionan los efectos devastadores que tendrá la parálisis económica de su principal socio comercial, el cierre de fronteras… ni con 10 aviones presidenciales y 50 estampitas de santos van a poder hacerle frente. Ni porque el peso se devaluó y ya casi llega a los 24 pesos por dólar.

Vivimos un caso histórico, algo que no se había vivido nunca; en algunos países y aun en lugares como California se acaba de ordenar a la población entera quedarse en casa, algo que en tiempos de guerra se conoce como toque de queda. Es responsabilidad de todos en todo el mundo poner de nuestra parte para contener este virus mortal. Es una prueba de fuego para todos los gobiernos. Las repercusiones económicas y financieras van a ser muy profundas, como un tsunami después de un terremoto. ¡Mucha suerte, México!

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