Chicago, IL.- A una semana de protagonizar un video viral donde grita y amenaza a empleados y clientes que hablan español en un restaurante de comida rápida en Nueva York, el abogado Aaron Schlossberg pidió disculpas.
En un mensaje en Twitter dijo textualmente: “A las personas que insulté, pido perdón. Verme en la red me abrió los ojos, la manera en que me expresé es inaceptable y no representa quien realmente soy. Veo que mis palabras y acciones lastimaron a personas y por ello lo siento mucho. Si bien los individuos deben poder expresarse libremente, deben hacerlo con calma y respetuosamente. Lo que el video transmite no soy yo. No soy racista. Una de las razones por las que me mudé a Nueva York es precisamente debido a la gran diversidad que ofrece esta hermosa ciudad. Amo a este país y a esta ciudad, en parte debido a los inmigrantes y la diversidad de culturas que ellos traen a esta nación. Nuevamente, mis más sinceras disculpas a todos y a quienes lastimé. Gracias”.
Pero antes de este pronunciamiento, Schlossberg recibió una contundente condena pública que provocó su aislamiento absoluto. Apenas trascendió su identidad, el edificio donde rentaba una oficina le rescindió el contrato de arrendamiento por comportamiento ofensivo y contra la diversidad. Así, de un momento al otro, el abogado se quedó sin despacho.
Estoy seguro que también perdió clientes, porque quién quiere ser representado por alguien tan controversial.
Sin embargo, no es la primera vez que Schlossberg era captado gritando consignas contra las minorías, aunque en otras ocasiones sus acciones pasaron desapercibidas. Sin embargo, esta vez su actitud se volvió viral en la internet. Las consecuencias inmediatas en su contra y el repudio generalizado fueron contundentes.
Me imagino la repentina y brutal soledad que sintió el abogado en la Gran Manzana, cuyos habitantes y visitantes hablan decenas de idiomas.
El arrepentimiento de Schlossberg lo recibo con cierta desconfianza debido a sus antecedentes, aunque solamente el tiempo dirá si verdaderamente aprendió que ser racista en una gran urbe ya no tiene cabida, a pesar de los mensajes velados que salen de la Casa Blanca.