Columna InvitadaMirador

Manejar un estanquillo

APOTROPAICO/Juan Palacios/Marzo 11, 2022

* La democracia no garantiza buenos resultados económicos, pero sí debe garantizar la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.

«Aquí (en México) los objetivos y las estrategias las definían los técnicos y luego los políticos, sin incentivo alguno para cooperar, tenían que lidiar con las consecuencias», Luis Rubio.

En un reciente artículo, Luis Rubio reflexiona acerca de la forma en que se abordaron las reformas en el país hace 30 años, cómo se abordan hoy y cómo en otros países primero discutían los políticos y luego los técnicos se encargaban de instrumentar las políticas mientras que en México se hacía al revés. La realidad es, según mi punto de vista, es que aquí nunca se ha presentado el debate acerca del rumbo de la nación de manera abierta, sino que siempre ha sido un tema cupular.

Rubio nos dice que «Queríamos -ése era el espíritu del momento hace 30 años y otra vez en 2018- un país exitoso, desarrollado, más igualitario y sin la corrupción que todo lo corroe. Pero nunca estuvimos dispuestos a hacer lo necesario para lograr esos propósitos».

Pero, creo, que la forma en que frasea el autor esta última declaración nos indica precisamente lo que falla en el proceso, el pensar que «nunca estuvimos dispuestos a hacer lo necesario», y es que ese «lo necesario» es precisamente lo que se debería haber discutido primero, ¿qué era lo necesario? ¿Definido por quién y desde qué perspectiva?, porque creer que solo existe un «lo necesario» y después decir que no se quiso pagar el precio implica precisamente, que los técnicos querían definir las políticas públicas sin tomar en cuenta a los políticos.

Se olvida que gobernar es, como bien lo deja implícito el propio Rubio al ejemplificar con el proceso de España, primero y antes que todo, un acto político. Pero al parecer sucede, señalado también por el autor, que en México, como en muchas partes del mundo, los técnicos asumen que solo ellos saben cómo se deben hacer las cosas, lo cual puede ser cierto desde el punto de vista técnico, pero no necesariamente desde el punto de vista político, en donde prima el por qué hacer las cosas y sobre todo, cuáles serán las consecuencias sociales.

Ahora bien, eso de que los técnicos consideren que, sin muchas veces conocer el quehacer gubernamental in situ, pueden decidir qué hacer o qué no hacer solo porque conocen la teoría, es como si alguien que no sabe siquiera como se maneja un estanquillo de barrio quisiera enseñar a las grandes cadenas de autoservicio a llevar su negocio.

Se olvida que las grandes teorías administrativas surgen del análisis de casos de éxito y no del mundo de las ideas, véase si no la gran cantidad de teorías administrativas que compiten unas con otras para ser consideradas como «la mejor», como si pudiera existir una mejor teoría para administrar todo. ¿O acaso tomaría usted un medicamento que lo mismo sirve para curar el cáncer que para eliminar los callos?

La realidad desmiente esa presunción, nadie le enseñó a Jeff Bezos, Bill Gates o Steve Jobs cómo manejar sus negocios y se encuentran entre los más exitosos del mundo, de hecho se han convertido en objeto de estudio para bien y para mal de quienes desean entender qué los hizo ser exitosos, y en esas andan los negocios de Elon Musk, el hombre más rico del mundo.

Ahora bien, no es esta una actitud nueva entre los intelectuales, desde Platón, por lo menos, hasta nuestros días, se tiene la presunción de que saben cómo se hacen las cosas y cómo se deben hacer, pese a que al griego no le fue nada bien en el manejo de la cosa pública.

Gabriel Zaid llama a los intelectuales, «la tribu del espíritu» a la cual dice, tardó en darse cuenta de que pertenecía. Es una «tribu» que no se considera a si misma como tal, sino como algo que está más allá de las trivialidades del mundo y que conoce este por los libros que ha leído.

Hago un paréntesis para subrayar que no se trata de dejar de lado el saber técnico, nada más alejado a mi propósito en este escrito, es solo que considero, ese saber técnico, teórico, debe ser contrastado con la realidad, ya que de otra forma será inútil.

Y es aquí donde quiero enfatizar que si bien, por poner un caso, las consecuencias económicas y tecnológicas de una reforma como la energética deben ser discutidas por los expertos en esos temas que, debemos decirlo, ni siquiera todos están de acuerdo en lo mismo como lo ha señalado Aldo Flores Quiroga en sus columnas publicadas en Lalista.com o como también lo ha expuesto Björn Lomborg en Milenio y en textos como «El ecologista escéptico» o «En frío», pero los temas referentes a definir el modelo de nación o de desarrollo que deberemos seguir, tiene que ver más con los objetivos políticos, con los políticos y con los ciudadanos.

En pocas palabras, el aspecto político tiene que ver más con la democracia, que con los saberes técnicos, porque, al final de cuentas, tratamos de vivir en una democracia, lo cual no necesariamente implica que las decisiones que se tomen por la vía de este tipo de gobierno, sean benéficas para todos o garanticen un mejor nivel de vida, lo único que garantizan, en todo caso, es que todos podemos participar en la toma de decisiones.

Entonces sí, una vez tomada esta decisión, hacia dónde ir, deben ser los técnicos quienes definan cómo ir hacia allá, no al revés. Insisto, esto no garantiza que se tomen las mejores decisiones desde el punto de vista técnico, pero así es la democracia.

Para concluir, el problema en nuestro caso, creo, se deriva en la forma en que se han tomado las grandes decisiones políticas del país, casi todas de manera cupular y algunas de forma colegiada, pero sin involucrar a las mayorías, no solo en este momento, sino durante la historia del país. Algo que ya había analizado Manuel Camacho Solís en su libro «El futuro inmediato», pero comentaremos acerca de eso la próxima semana.

jpalacios@mobilnews.mx

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