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La angustia de una guerra

Por Jaime Septién

El Papa Francisco ha llamado a todos, creyentes y no creyentes, a realizar el próximo 2 de marzo –Miércoles de Ceniza—“una jornada de ayuno por la paz”. Angustiado y dolorido por la insensatez de la invasión de Putin y su ejército a Ucrania, el pontífice argentino convoca al mundo a resistir, pacíficamente, la barbarie con la que “los intereses de las partes” están amenazando la paz de todos. A los que somos creyentes, Francisco nos insta al ayuno y a la oración intensa ese día en el que inicia la Cuaresma 2022.

San Juan XXIII pidió algo similar con la “crisis de los misiles” (octubre de 1962) y finalmente el enfrentamiento en Cuba entre Estados Unidos y la Unión Soviética se detuvo. San Juan Pablo II (también en octubre, pero de 2001) le exigió a George Bush (padre del entonces presidente George W. Bush) que no interviniera en una guerra en Afganistán y Estados Unidos no hizo caso. El 7 de ese mes de octubre, iniciaron los bombardeos sobre Kabul: 20 años más tarde, las fuerzas estadounidense tuvieron que salir por el patio trasero de Afganistan.

Son dos experiencias de papas que han producido resultados diferentes. Uno por un acuerdo de última hora para no arriesgar al mundo a una Tercera Guerra y otro, por la tozudez del presidente estadounidense de ir por todo contra Al Qaeda, tras los ataques del 11 de septiembre.

Desde luego que la palabra del Papa pesa enormemente. Es el hombre que tiene la mejor arma de la humanidad: la paz de Cristo. Y el que representa a 1.400 millones de católicos, además de ser el líder mundial indiscutible, el de mayor credibilidad. Pero, casi nunca le hacemos caso (como no le hizo caso Bush a San Juan Pablo II) y pensamos que si la diplomacia falla lo que queda es la guerra. No, lo que queda es la acción civil y la resistencia pacífica (orante y actuante).

Putin nos ha metido en un atolladero del que mucha culpa tiene Occidente por haber cerrado los ojos en 2014, cuando se anexionó Crimea. Desde el año 2000 venía diciendo que Ucrania había sido cedida a Occidente “por el comunismo” soviético. Trump le dio alas, lo empoderó y nadie le puso un alto. Ahora estamos recogiendo los vidrios rotos. El resultado desastroso de “la insensatez diabólica de la violencia” es el sufrimiento de las poblaciones y la desestabilización de la convivencia entre las naciones al ser “desacreditado el derecho internacional”.

El llamamiento del Papa es a anteponer a la violencia “las armas de Dios”. Y no nada más para mostrar nuestro repudio por lo que ha hecho Vladimir Putin, sino para mostrar nuestro repudio a toda forma de violencia. También podríamos ofrecerlo por México que es un triste cementerio bajo la luna.

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