Los hechos son los mismos. En la forma de explicarlos está la batalla. Para unos la consulta fue un éxito y una fiesta democrática, para otros una farsa y un fraude.
Cada uno intentará convencer al público que su relato es el que mejor explica lo sucedido. Lo cierto es que cada narrativa tiene aciertos y fallos porque omite convenientemente una parte de la realidad.
La batalla está servida y es parte de la vida política. En la construcción de significados que sean socialmente compartidos está la disputa por la hegemonía y el poder.
Aquella narrativa con un conflicto más poderoso y elementos de mayor verosimilutud podrá tener más oportunidades de resultar vencedora de cara a las siguientes batallas: las gubernaturas de 2022 y2023, así como la presidencia en 2024.
Los respectivos actores políticos ya han salido a presentar su relato.
Para Ricardo Anaya Cortés la consulta significa un fracaso y un fraude. Señala que en 2018, López Obrador tuvo 30 millones de votos; 3 años después, en 2021, su coalición ya solo tuvo 21 millones de votos, “y ayer en la revocación tuvieron a penas 14 millones de votos”.
Sin embargo, no son ejercicios comparables. Tienen contextos muy distintos.
En la misma lógica del candidato presidencial, habría que contrastar la votación de López Obrador y frente a la del PAN y sus aliados.
En 2018 con una participación de 63%, López Obrador sacó 30 millones de votos; Anaya 12.6 millones y Meade 9.2 millones.
En 2021 con una participación del 52.6% del padrón, Morena y sus aliados obtuvieron 21.4 millones de votos; el PAN y la alianza Va por México obtuvieron 18.7 millones, cifra interior a los 21 millones de la suma de PRI, PAN y PRD en la presidencial.
El 2022, con una participación del 17.7%, AMLO sacó 15.1 millones a favor y en contra 1.06. En una comparación simplista se podrá decir que el presidente de 2022 sigue sacando más votos que Anaya de 2018.
La tentación de asumir que los no votantes son en su totalidad votos contra AMLO es grande pero imprecisa, por decir lo menos.
El abstencionismo es más complejo y está más relacionado con la importancia de lo que está en juego. Ver el abstencionismo como una victoria es falaz en un contexto democrático y al final no incide en el cambio del estado de cosas.
“La competitividad de la elección influye sobre el ánimo del electorado aumentando su participación, como lo demuestran las correlaciones entre la abstención y los votos por la oposición en 1994 y en 1997”, revela un estudio del Instituto Nacional Electoral. Es decir, una oposición poco competitiva genera abstencionismo.
El vacío que le hicieron a José López Portillo en 1976 fue llamativo, sí. Una elección sin competencia. Pero fue la organización, la lucha y la presentación de candidatos competitivos lo que hizo la transición política en las décadas siguientes. El abstencionismo no gana elecciones.
Así como muchos decidieron no ir a votar porque no querían hacerle el “caldo” gordo al presidente y protestar de forma silenciosa hay gente que coincide con el presidente y que no fue porque el resultado era esperado, no había gran cosa en juego.
Por el lado del gobierno y su partido. La tentación del triunfalismo es grande, con exactamente los mismos números. Sin embargo, habrían de desecharla en el análisis interno más allá de que el “manual” de comunicación política les diga que deben cantarla como una victoria.
Para promover la consulta se presentaron 11 millones de firmas. Al final, el mandatario obtuvo 15 millones de votos, lejos de los muy cantados 30 millones del 2018. Visto así, la “ratificación” así suena a una cosecha magra y el ejercicio no logró emocionar lo suficiente para que hubiera una participación más abundante. Ver una victoria en este contexto es igualmente falaz.
Una de las premisas relevantes para un buen relato es que haya un buen adversario. Un conflicto con un oponente desahuciado no emociona ni moviliza a nadie. Por eso, los 15 millones del 2022 no llenó las plazas de festejos. Era lo que se esperaba ante una oposición que no se opuso en lo absoluto.
Un adversario con más “punch” pudo haber sacado a las urnas por igual a más opositores y a más lopezobradoristas.
Ganamos un nuevo ejercicio democrático, pero con un resultado fue desabrido y en ese sentido perdimos todos. Un ejercicio de revocación más “sexy” podría hacer que el ejercicio adquiera carta de naturalización en la democracia mexicana.
Todos reclaman la victoria pero los números nos revelan que no hay una victoria absoluta para nadie. Todos ganaron y todos perdieron algo.
Así la distancia entre la realidad y las triunfalistas narrativas partidistas.