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Reglas, reglas, reglas

Era otra tarde de verano en Toronto, mi celular anunciaba un nuevo mensaje directo en Twitter, era un viejo amigo periodista de México con quien trabajé hace muchos años en Querétaro, Fernando, que me invitaba a volver a escribir -algo que no hago hace mucho tiempo-. El me preguntaba cómo se ve México, Querétaro, desde Canadá.

Y mi cabeza empezó a darle vueltas, ¿por dónde empezar? Entonces buscando en el cajón de las ideas, me dije pues hagamos memorias de mis primeros años en este país, cuáles fueron mis mayores choques culturales.  Yo, un mexicanito solo con experiencia laboral en un pequeño estado en el centro de un país del que la mayoría de los canadienses solo identifican con playa… y en algunos casos peligro para los turistas.

En Canadá, a diferencia de los Estados Unidos, no tiene aún adoptado el término “latino” o “hispano”; persisten diferencias nacionalistas: yo soy mexicano, ella es colombiana, el otro argentino, guatemalteco, peruano. En Toronto vive gente de mas de 200 países y las minorías predominantes son hindúes y asiáticos; debe haber por ahí gente que está aquí de manera ilegal, pero no es común.

Pero en cuanto aspectos conceptuales, esas cosas que te dan identidad en un mundo diferente al que conoces, la primera cosa que me saltó fueron las reglas; me di cuenta que yo venía de un país donde romper las reglas es casi un deporte nacional, ir en contra del estatus quo es normal. Donde el estado de cosas y sus reglas son obsoletas, nadie las respeta… así parece. Por siglos los mexicanos hemos buscado el cambio, una nueva transformación (aunque suene reiterativo).

Yo llegaba a un país donde la gente valora, está orgullosa de la patria que los acoge, donde el sistema político sí funciona, donde la economía crece y hay oportunidades laborales, donde hay respeto y tolerancia hacia la gente y sus propiedades; no respetar las reglas no solo te hace inadaptado, sino que te pone en riesgo de rechazo social y de violar la ley.

Otro de los conceptos que empecé a ver de otro modo es la política y quizá el mismo termino “democracia”. 

Un buen ejemplo es que este año hay elecciones federales en Canadá en octubre. Y aun no hay campanas oficiales en marcha, el canadiense odia hablar de partidos y de líderes políticos; las campañas duran un par de meses y los fondos provienen de los simpatizantes. Los representantes populares van de casa en casa a presentarse, se paran por horas a la entrada del metro para entregar volantes con sus propuestas.

Dentro de la política, otro termino radicalmente diferente aquí, comparado con México, es “reelección”. El Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, busca ser reelecto este otoño. La reelección se concibe como una herramienta democrática que le da poder al pueblo para apoyar y conservar a un gobernante que sí esta cumpliendo promesas, o al menos si su plan de gobierno es mejor que el de quienes quieren reemplazarlo. No reelegir a un gobernante es decirle, tus propuestas o tu desempeño no nos gustan, a la calle. Aun antes del término de un mandato normal de 4 años, si el gobernante presenta un presupuesto de gobierno que no convence al parlamento, se convoca a elecciones.

Para mí la palabra democracia significa más pueblo y menos gobierno. En México creo que la democracia se entiende como un aparato gubernamental muy grande y con mucho poder, más parecido a una teocracia donde el gobernante en turno es un ser con el poder de cambiar un país de mas de 100 millones de personas, que son incapaces de lograr cambios en sus vidas por ellas mismas. 

Yo veo aquí a ancianos de escasos recursos traer bolsas con víveres a la iglesia local para apoyar el banco de comida. No esperan que las autoridades alimenten a la gente que no tiene para comer (sí, en Canadá también hay gente marginada y pobre). Si se anuncia un cambio en programas de apoyo del gobierno que no le parece a la gente, las familias se unen, se manifiestan, presionan a sus parlamentarios, y exigen que se respete su voluntad.

La gente lucha por sus derechos, exige a sus gobernantes que cumpla sus promesas. Un país de leyes es un país con reglas, algunas que nos incomodan, pero como dicen por ahí: mi libertad termina donde empieza la de los otros ciudadanos. 

Aprendí que las reglas se respetan por todos, no hacerlo tiene consecuencias y, a fin de cuentas, estas reglas son las que mantienen al país funcionando. Y que, en una democracia, la gente ejerce el poder no solo al votar, sino tomando responsabilidad de sus propias vidas y de su comunidad.

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