
Este 28 de abril, los canadienses emprendieron la votación más importante en décadas. Debido a la ominosa amenaza delirante de Donald Trump de anexar al país después de someternos al castigo de sus aranceles, ha generado un renacido espíritu nacionalista e inyectado una fuerza inesperada al muy debilitado partido de Justin Trudeau.
Sin tales amenazas, el partido Liberal no habría tenido ni una sola posibilidad de ganar las elecciones. La popularidad de Justin Trudeau venia en caída libre y el líder de la oposición, Pierre Poilievre, copiando la misma estrategia de Trump, se había echado al bolsillo a muchos canadienses -como pasa en todo el mundo-, aprovechando el hartazgo de un pueblo que sufre una pesada crisis económica y está ansioso por cambiar de canal en el espectro político.
Y entonces llegó el reemplazo de Trudeau, Mark Carney, con un impresionante currículo en el terreno económico, logró lo que parecía imposible poner al frente de las preferencias electorales al partido liberal en cuestión se semanas. Su discurso, actualizado de acuerdo con la realidad mundial, le permitió ganar el mandato del puesto que Trudeau le dejó en marzo.

Así las cosas, los principales candidatos a Primer Ministro eran el liberal Mark Carney, bueno para la economía; el malo… el conservador Pierre Poilievre, que pareciera una marioneta de Trump; los otros dos, son el líder del partido Neo Democrático, Jagmeet Singh (el del turbante), quien aun habiendo logrado dar servicios dentales gratuitos para niños y ancianos, está en peligro de perder su asiento en el parlamento; y el separatista líder del partido de Quebec, Yves-François Blanchet, cuyo rol realmente es defender el componente francófono que diferencia Canadá de los Estados Unidos.
En Canadá, tanto el sistema de gobierno como el proceso electoral son radicalmente diferentes a los de México. En la tierra azteca las campañas políticas duran años, fomentado por la propagandística tradición de “las mañaneras”, donde la 4T viene forjando su posicionamiento en el gusto popular, usando -como todos los partidos- recursos del erario público. La oposición es inexistente y el presidente o presidenta en turno es inamovible. No hay equilibrio de poderes, y ahora casi ni poderes del Estado, solo el ejecutivo.
El gobierno canadiense es parlamentario, el líder del partido que gane la mayoría es nombrado primer ministro; el parlamento tiene el poder de dar un voto de confianza o negarlo y terminar el gobierno en cualquier momento. Trudeau sobrevivió a cuatro reelecciones. Cada partido busca sus patrocinadores, las campañas duran de 1 a 2 meses y el día de las elecciones la gente no vota por primer ministro, sino por sus parlamentarios locales. El gabinete es formado por los mismos parlamentarios. O sea que tanto el primer ministro como sus ministros tuvieron que hacer campaña, ganar su distrito y tienen un lugar en el parlamento.
Cada sesión del parlamento es una oportunidad para que la oposición cuestione cara a cara al gobernante y a todos sus ministros. No es una democracia perfecta, pero funciona y hay equilibrio de poderes, pero ante todo prevalece el Estado de Derecho.
Y hablando del gran tema de estas campañas, los aranceles de Trump, que un día son y al otro no, es curioso como el trato que Estados Unidos le ha dado a sus dos socios comerciales, México y Canadá, son muy similares, pero la reacción de ambas naciones y gobiernos no puede ser más diferente.
La presidenta de México se ha visto desde el exterior como una mandataria fuerte que se le ha parado los tacos a Donald Trump, pero internamente es vista como servil, sometida a los caprichos del gran poder del norte. El gobierno mexicano presume que lograron ventajosas negociaciones, los críticos dicen que le han cumplido todos sus caprichos respecto a sellar la frontera. Y sin embargo, Trump ha tratado igual a ambas naciones, quizá solo por la existencia del tratado de libre comercio.

Los aranceles impuestos a Canadá, casi los mismos que a México, han desatado gran indignación entre la población, pues desde siempre Estados Unidos había sido el gran aliado, socio y amigo. No solo eso, sino las ridículas amenazas de apoderarse del país, ha generado un ferviente nacionalismo, incluso entre la población de Quebec, que antaño habrían buscado independizarse. Y ha dado un empujón inesperado al partido en el poder. El candidato mejor posicionado, será quien la gente vea como el más fuerte para enfrentar al gigante del sur y su anaranjado líder.
La designación de Carney como Primer Ministro antes de las elecciones, obedece -como explicamos antes-a que ese puesto es concedido automáticamente al líder del partido en el poder. Trudeau renunció a ese puesto y le pasó el trono al exbanquero central; quien ahora ha tenido que ganar el verdadero mandato del pueblo.
Y el ganador es… Mark Carney, del partido en el poder, nuevo Primer Ministro de Canadá; y según los resultados preliminares, no lograría la mayoría absoluta, sino que tendría un gobierno de minoría, con una apretada contienda contra el partido conservador. Dos enormes retos tiene frente a él: los aranceles de Donald Trump y su amenaza de anexar al país, pero también deberá demostrar que, aun siendo un gobierno liberal, su agenda deberá ser diferente a la de su predecesor.
En su breve gobierno interino, logró levantar las preferencias electorales de una perdida segura a un triunfo sólido. En su mandato formal, tendrá que enfrentar la recomposición geopolítica mundial, con la amenaza gringa de apoderarse del país, y transformar radicalmente la economía canadiense, extremadamente dependiente del mercado de los Estados Unidos. Habrá que cambiar rutas comerciales de norte a sur por una nueva red terrestre, marítima y aérea de este a oeste. Tanto a nivel interno, derribando las múltiples barreras comerciales entre las provincias, así como abriendo nuevos mercados en Asia, Europa y América Latina.
Un día después de las elecciones, algunas cosas quedaron claras: si un candidato no adapta su discurso a una realidad tan volátil por el efecto Trump, puede perder hasta su escaño: esto le pasó al líder del NDP, que incluso perdió su estatus de partido y el mismísimo líder del partido conservador, que podría incluso perder su silla en el parlamento. Singh (NDP) seguía hablando de quitarle a los ricos para darle a los pobres y Poilievre (Conservador) prometía que todos los canadienses tendrían casas grandes y carros. Quien más claramente entendió el riesgo de los aranceles de Trump y se ofreció cambiar de raíz la economía canadiense, buscando alianzas con otros bloques y países, fue Carney.
¡Habemus Primer Ministro!