El pasado miércoles, como dirían los viejos cronistas, Querétaro se convirtió en la capital de la República al congregar en el recinto de la esquina de Ángela Peralta y Juárez, propiedad del Senado de la República, para la celebración del 103 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Como cada año, arribaron al otrora Teatro Iturbide, gobernadores -faltaron muchos- secretarios de estado, empresarios locales, políticos de medio pelo y los representantes de los tres poderes de la Unión: El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
El evento se desarrolló sin novedades; casualmente las protestas fueron mínimas a las afueras o en las inmediaciones del Teatro de la República, y prácticamente no hubo conflictos.
El protocolo también se desarrolló sin contratiempos y vinieron los discursos.
El primero, el del anfitrión, un mensaje sumamente crítico, pero con una retórica muy bien elaborada; la crítica clara y la advertencia directa: o dejamos de lado las diferencias impulsadas y alimentadas desde la más alta magistratura del país, o el futuro que depara a este país será negrísimo.
El mensaje de Francisco Domínguez, todavía investido con el porte de presidente de los Gobernadores, tuvo destinatario, uno sólo y ahí estaba; le habló al presidente de la República.
“Las y los mexicanos han aprendido que el voto premia o castiga. Expresa. Renueva. Una lectura cuidadosa de la historia convida a la mesura y a la templanza. Nada más efímero que las mayorías electorales, ni más transitorio que los gobiernos. No lo son, en cambio, los grandes procesos históricos tutelados por la Constitución”, le dijo Domínguez a López Obrador quien no acusó recibo del acicate.
Pero el mensaje no quedó ahí, el mandatario queretano, afirmó que existe coincidencia entre el gobierno federal y los gobiernos estatales, en el sentido de que el objetivo es el desarrollo, pero afirmó que el primer requisito de ese desarrollo es el crecimiento. Ya no había necesidad de que en México ese concepto es negativo
Afirmó el mandatario queretano que “la identidad y dignidad no se logran solo con lo material y le dijo a López Obrador que se requiere la empatía hacia quien piensa diferente y la generosidad hacia el que es vulnerable.
“También, dar a cada necesidad una solución y a cada solución los recursos para hacerla efectiva. Los buenos propósitos se convierten en amargos desengaños si no se sustentan en acciones financiables, ordenadas, medibles”, duro y a la cabeza ante la opacidad en los métodos y los resultados.
Hubo más señalamientos en el discurso del titular de la Conago, pero sólo quiero rescatar uno más.
“El liderazgo que ofrece puentes para acordar y solucionar revela no debilidad, sino grandeza”, sostuvo Domínguez, apenas horas después de que el presidente de la República reventara el acuerdo que los mandatarios panistas habían alcanzado con la Secretaría de Salud, en torno al INSABI.
De todas estas afirmaciones, el presidente de la República no acusó recibo y prefirió refugiarse en su zona de confort y dar un mensaje, que no discurso, plagado de anécdotas históricas desde su visión, para concluir con una anécdota en torno al TMEC en el que, dijo, que no cedió a las intenciones trumpistas de violentar la soberanía nacional, aunque en el sureste mexicano la Guardia Nacional sea el muro de Trump que pagamos los mexicanos. Dialogo de sordos, pues. Digo.
El último párrafo. Luego de las agresiones de parte de taxistas tradicionales contra operadores de servicio de transporte mediante plataformas; la Fiscalía General del Estado ya recibió la primera denuncia por el delito de daños y amenazas. Ojalá que Alejandro Echeverría se ponga las pilas y haga cumplir la ley. Ese tipo de acciones no pueden permitirse en ninguna parte. Les digo.
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