Nancy Russell, una mujer de 90 años de edad, vivía en un hogar para ancianos con una vida muy activa; ella disfrutaba ir a la biblioteca, tomar largas caminatas, hacer sus compras y platicar con la gente. Cuando la primera ola de Covid 19 le pegó a Canadá en marzo de este año, todo cambió, se prohibieron salidas, visitas de la familia, incluso tuvo que ser confinada a su cuarto por varios días para evitar ser contagiada.
Una vez que pasó la emergencia sanitaria, ella retomó su vida normal, hasta octubre cuando la llegada de una segunda ola de Covid se veía venir. Ella decidió solicitar (algo nuevo en Canadá), fijar la fecha para su muerte asistida (eutanasia). Nancy prefirió morir rodeada del amor de su familia antes que pasar por otro confinamiento o contagiarse y morir sola en un hospital.
Como en muchos países, los ancianos y en especial aquellos que viven en asilos fueron los más afectados por la pandemia. En la primera ola se calcula que, de las 10 mil muertas ocurridas en todo el país, 80% ocurrieron en los asilos (una de las más altas proporciones en el mundo), 70% del total de fallecidos tenía más de 80 años de edad.
Así como Nancy, cada persona que fallece de Covid 19 tiene una historia, una familia, un nombre. El exceso de información sobre fenómenos mortales como la pandemia, cuando se cuentan decesos como contar peras o canicas, hace perder la perspectiva, la humanidad. México acaba de pasar (en cifras oficiales) los 100 mil muertos y, aun así, lo que yo percibo es que, a diferencia de la mayoría de otras naciones, la pandemia no constituye un asunto de alto impacto o de gran seriedad.
En la más reciente reunión virtual de los líderes de los países más ricos del mundo, la G20, el Presidente López Obrador se refirió a los grandes retos de la crisis sanitaria y económica, algo que en sus reportes diarios parece no existir; y se atrevió a pedir a los otros líderes que eviten cierres masivos de las economías.
La estrategia de minimizar el peligro de la pandemia para justificar no cerrar la economía, y no dar apoyos financieros a los sectores más afectados, significa que el Estado Mexicano ha dejado de cumplir dos de sus deberes esenciales: proteger la vida de la gente (hacer todo lo posible para prevenir muertes), dar los recursos para personal médico y centros de salud; y usar los recursos públicos (o incurrir en endeudamiento de ser necesario) para apoyar a las personas y negocios afectados por el cierre de la economía. México es uno de los países donde menos apoyos financieros ha dado el gobierno a las personas y negocios impactados por el cierre de las economías.
Es cierto, la gran mayoría de las naciones ha tenido que dotar a sus gobernantes de poderes extraordinarios para temporalmente quitar a la gente su libertad de movimiento, un derecho esencial, pero todos han entendido que, sin una cura ni una vacuna para una nueva enfermedad altamente contagiosa y potencialmente mortal, es indispensable contener a la mayoría de los ciudadanos en sus casas para evitar el mayor número posible de contagios y muertes.
Un chiste ejemplifica esta situación… Está un general con su equipo de vigilancia militar durante una guerra, y un oficial le dice: “señor, el radar muestra que se acercan varias naves enemigas”; el general le ordena al oficial apagar el radar… ¡Y así cree que evitará la guerra!
A diferencia de la primera, para enfrentar la segunda ola que ya empezó en Canadá el gobierno federal no ha intervenido directamente -salvo por la extensión de los programas de apoyo financiero a gente y a negocios-. Ha dejado que cada provincia adopte las medidas que considere necesarias. La razón es que ya se cuenta con equipo de protección suficiente, los médicos conocen mejor la nueva enfermedad y saben qué medicamentos mitigan sus efectos, pero lo más importante es que se hacen muchas pruebas al día.
De este modo, al ser capaces de visualizar donde hay más casos positivos, se hacen rastreos para contener la propagación; la gran mayoría de la gente es consciente de los riesgos de la enfermedad y casi todo mundo usa cubrebocas. Cuatro provincias del este, las llamadas Marítimas, decidieron cerrar sus fronteras provinciales casi todo el año, crearon la “burbuja Atlántica” y por meses no tuvieron un solo caso, sus negocios abrieron más rápido que otras provincias y no había casi restricciones. Al inicio de esta segunda ola, mientras otras provincias tienen más de mil casos positivos diarios, ellos tenían 1 o 2, ahora llegaron al “caso extremo” de 23 positivos en un solo día. La prensa americana habló del ejemplo que esa región estaba dando con su férreo apego a la ciencia y de toda la gente cumpliendo las reglas sanitarias, lo que les permitió terminar la emergencia sanitaria antes que el resto del país y reabrir más pronto su economía; y claro tener muchas menos muertes.
En el caso de Ontario, ahora que se puede monitorear por dónde se mueve con más intensidad el virus, hoy lunes 23 de noviembre se volverá a hacer un cierre general en las regiones de Toronto y Peel, el resto de la provincia podrá seguir con operaciones menos restringidas. A diferencia del primer cierre, las escuelas siguen abiertas, muchos comercios pequeños pueden hacer “venta de banqueta” (la gente ordena en línea y recoge a la puerta del negocio) y todos los que pueden siguen trabajando desde casa.
Claro que el costo económico es muy alto. Ahora que se conoce donde se generan más contagios, los dueños de comercios pequeños se han quejado de ser ellos los que tienen que cerrar si, según los datos del gobierno, la mayoría de los contagios ha ocurrido en reuniones familiares. Todos los negocios que reciben gente llevan registro de nombres y teléfonos, para continuar con el rastreo y en caso de un brote notificar a las personas y aislarlas, así se para el contagio.
La Ciudad de México, cuya población (zona conurbada) es casi tan grande como toda la de Canadá, está haciendo un promedio de 700 pruebas al día, en el mejor de los casos 5 mil por semana. Tan solo en la provincia de Ontario (15 millones de habitantes) se hacen alrededor de 50 mil pruebas al día.
Es claro que la economía mexicana no es tan fuerte como la canadiense, pero negar la gravedad de la pandemia para no dar apoyo a los grupos vulnerables es criminal. El solo hecho de que México sea parte de la G20 indica que es una nación con recursos, y no hay que olvidar que los recursos fiscales son dinero de la gente. En Norteamérica se usa el término “taxpayer money”, dinero que paga el pueblo en impuestos. Me da la impresión que para muchos mexicanos, los “apoyos” del gobierno son dádivas generosas de los gobernantes; no lo son, ellos solo tienen la (alta) responsabilidad de administrarlos. Y eso incluye el endeudamiento.
Algo perturbador que he oído que pasa en México respecto al Covid es, además de la negación, la estigmatización. La gente que sospecha que está infectada, y aun si realmente lo está, lo oculta por temor a ser agredida, señalada, criticada y a perder su trabajo. Se ve a la enfermedad como una maldición más que como una enfermedad. Sin mencionar el miedo a ir a los hospitales públicos donde -dicen- 8 de cada 10 ingresados mueren. Los hospitales privados son extremadamente caros.
Negar una realidad, no resuelve el problema (como el chiste del radar), genera vacíos, que van ocupando rumores, oscuridad y solo multiplica los contagios y los decesos. ¿Cuántos muertos más (oficiales) se tienen que dar en México para que su polémico gobierno esté a la altura de los otros miembros de la G20?