Ahora que México se encamina a unas elecciones históricas y las crisis políticas a nivel mundial me han hecho reflexionar sobre dos asuntos: ¿hemos perdido la brújula moral? O ¿en qué momento pueblos y gobiernos han tomado caminos opuestos?
Canadá no es ajeno a esta crisis, pero en mucho menor medida. Herencia de la pandemia, una investigación mostró que la famosa aplicación ArriveCan para viajeros, benefició a gente conectada al gobierno y costó más de 56 millones en lugar de 80 mil dólares como se había planeado, además de haber sido ineficaz. De la misma época, cuando un grupo de traileros, the Freedom Convoy, tomó la explanada del Parlamento en Quebec, provocó otra investigación que demostró que una ley extrema invocada por el gobierno federal no era justificada, pues la estabilidad del país no estaba en juego.
Otro tema que ha dividido no solo al pueblo del gobierno, sino entre gobiernos provinciales y el federal es el tema del impuesto al carbón, que ha encarecido los precios de la gasolina, en aras de fomentar la reducción de contaminantes y ayudar al país a alcanzar sus metas internacionales. Pero hasta ahora, solo han sido fallas mínimas, pues los contrapesos, la oposición, la separación de poderes y la aplicación de la ley se han encargado de mantener la estabilidad.
Haciendo eco de los campamentos pro-Palestina en muchas universidades de Estados Unidos, algunos centros universitarios de Canadá han hecho movimientos similares, pero sin llegar al enfrentamiento violento con el uso de policías y fuerzas armadas, como ha pasado con el vecino del sur.
Esto me lleva al tema de la ruptura entre sociedad civil y gobiernos. México lo vivió en 1968, con el movimiento estudiantil que culminó con la matanza de Tlatelolco. El caso mexicano tenia al menos la congruencia de la esperada represión de un gobierno cuasi dictatorial (PRI) contra grupos subversivos que amenazaban al régimen.
El caso de Estados Unidos, sin embargo, es difícil de entender, pues los estudiantes, aun de las universidades más conservadoras y prestigiadas como Harvard, MIT y Berkeley, han tomando el lado de la causa Palestina, mientras que el gobierno de Biden y muchos gobernadores locales han hecho muy propia la defensa del gobierno de Israel; desembocando una de las más violentas represiones vista en el país que se vende como ejemplo de democracia y libertades. Aun en Israel, el pueblo se ha manifestado en contra del gobierno de Benjamín Netanyahu.
Hace pocos días, la Corte Internacional de Justicia emitió una orden de captura en contra del mandatario israelí y 3 lideres de Hamas por crímenes contra la humanidad -lo cual es evidente-. Mientras la Casa Blanca se escandalizó el senador americano Bernie Sanders dijo que estábamos viendo que sí era posible que un líder electo democráticamente podía llevar acabo actos criminales poniéndolo al mismo nivel que los terroristas a los que persigue.
México vivió hace unos días la llamada Marea Rosa, que ha tratado de hacer presión contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y muchas de sus decisiones e inacciones.
Si bien, siempre ha habido grupos que no están de acuerdo con los gobiernos, la extensión y la polarización en esta época es muy profunda. Se han despertado odios y reacciones muy violentas. Las encuestas muestran que la mitad del pueblo apoya incondicionalmente al gobierno de Morena, mientras que la otra mitad lo detesta.
Y es cuando nos preguntamos ¿quién tiene la razón? ¿quién dice la verdad? Y no es gratuito, vivimos en una época en que las redes sociales -más que los medios masivos- tienen un poder tecnológico para radicalizar y manipular a la opinión pública. El miedo a las represalias también es muy real.
Por eso me pregunto: ¿qué pasó con nuestra brújula moral? Si cerráramos los sentidos a lo que leemos o vemos en las redes, medios y apps; y mejor vemos la realidad a nuestro alrededor, deberíamos preguntarnos: ¿Se aplica la ley, se puede caminar por las calles con seguridad, se atrapan y castigan a los maleantes, los servicios públicos funcionan? ¿Si hay una tragedia que afecta a mucha gente, llegan apoyos del gobierno?
O ¿hago como que no veo nada de lo que funciona mal a mi alrededor por miedo a que me quiten el beneficio de un programa social? Y aquí hay un término que se usa en inglés, lo he mencionado antes, “tax-payer money”, o sea el dinero que recauda el gobierno del pueblo vía impuestos, es el que usa (o debería usar) para financiar esos programas, además de pagar policías para procurar la seguridad pública, proveer de servicios médicos, transporte público, etc. No olvidemos que no es un donativo generoso del bolsillo de los políticos o de los partidos.
La definición de la democracia es “el gobierno del pueblo” y en México el ejercicio de ese poder ocurre cada seis años, cuando cada ciudadano decide ceder su parte de poder a un grupo concentrador, llamado partido político en el poder, para que vea por el beneficio del país, de todos los ciudadanos.
La democracia parece vivir una seria crisis a nivel mundial, pero en México más que nunca; pues ésta no puede existir si no existe un Estado de Derecho. Si los recientes reportes periodísticos americanos fueran ciertos, el país está en riesgo de ver sucumbir las instituciones políticas ante el control del crimen organizado. Una nación donde no es la gente quien decide su destino político, sino que lo manipulan fuerzas oscuras al margen de la ley, no puede ser una democracia.
Los ojos del mundo, en especial del vecino del norte, estarán sobre las elecciones mexicanas. El voto no se vende, se ejerce, es un derecho y un privilegio.