Israel Pérez Valencia | catedrático
Desde mediados de los noventa, se escuchaba la afirmación de que en México la llamada “clase media” había mutado, para peor, en un engendro llamado clase “baja-alta”. Y es que a través del tiempo, el poder adquisitivo de los mexicanos ha disminuido como consecuencia de malos manejos en la economía, burbujas inflacionarias, la llamada “economía global” y que nuestro país tiene, a pesar de los aumentos promovidos por este gobierno, uno de los salarios mínimos más bajos en América Latina.
Otro aspecto por el que el concepto de clase “baja-alta” no es tan descabellado, tiene que ver con el empleo. A pesar de que las cifras oficiales señalan constantes aumentos en el número de plazas laborales y de nuevos dados de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en las bolsas de trabajo de todo el país se observa una oferta saturada de empleos con sueldos magros –entre 5 y 6 mil pesos mensuales– y muchos de ellos sin prestaciones por la existencia de las outsourcing, lo que impide, sobre todo a los jóvenes, el independizarse de sus padres.
¿Qué se puede hacer ante la evidente existencia de la clase “baja-alta”? Promover y apoyar el emprendimiento y la innovación en los jóvenes, cambiar la errónea mentalidad de que ser profesional implica, exclusivamente, ser un excelente empleado cuyas aspiraciones se reducen a un trabajo que no cumple sus expectativas salariales, sin prestaciones, seguro social o el acceso a una jubilación.
Manuel J. Solís | productor
Primero, quiero dejar claro que de ninguna manera mi opinión puede ser más que el reflejo de mi percepción, que en muchos casos muy poco tiene que ver con la realidad. Que si usted, querido lector, quiere saber si la clase media existe, tiene que recurrir a las estadísticas del INEGI, al menos antes de que desaparezca.
Dicho esto, sí, creo que los clasemedieros urbanos somos cada vez más. Sin conocerlo le puedo apostar que usted creció en un pueblo o en una ciudad pequeña, que tenía contacto con caballos, borregos y gallinas. Le puedo asegurar que su abuelo le enseñó a prender una fogata, preparar un conejo, manejar un tractor o reconocer un tipo de planta muy buena para los dolores de panza. Sin duda en su niñez atrapó renacuajos, escapó de perros bravos de rancherías y se subió a árboles frutales para comer ciruelas hasta no poder más. Y también sé que todas esas habilidades nos las ha usado en décadas y que sus hijos no conocen ese mundo.
Hemos pasado de tener una población rural, ya sea de hacendados o de trabajadores del campo, a ser eminentemente urbanos. A trabajar en oficinas, o en vehículos con una ruta y que todos añoramos tener una tele más grande, quizás ir de vacaciones en a la playa y terminar de pagar el teléfono que cambiamos el año pasado.
Hay que reconocer que la clase media ha crecido y los lujos se han adaptado a todos los presupuestos. Unos van a salas VIP, otros a los del centro comercial que era popular hace 30 años, pero todos vamos al cine. Unos pagan la suscripción normal, otros la ultra, pero todos vemos Netflix.
Sé que estamos mejor, en promedio, que cuando mi abuelo me llevaba a ver como se plantan los nogales, pero como desearía que mis hijos recogieran bellotas y se enlodaran hasta las pestañas en un manantial, al menos una vez.
Enrique Paniagua | creativo
¿Por qué se dan “los domingos”? ¿Por qué no se dan “los martes” o “los jueves”? ¿Será un vínculo con la religión católica, el diezmo y la tradición de dar propela dominical?, ¿será una costumbre o tradición de la clase mediera de “nuestras épocas”?
Mi abuelita Mela, a escondidas siempre que podía me daba mi domingo, una o dos monedas de baja denominación, pero para mí valían oro porque a ningún otro nieto (creo) le daba. Algunos domingos extraño la tranquilidad de no tener mayor preocupación más que intentar ganar un partido de futbol con mi primos, ir por una revista al puesto, ver Chabelo, sus catafixias y a sus sabrosísimas edecarnes, ganar unas carreritas a mis cuates de la cuadra, leer historietas de súperhéroes en el periódico de mi jefe, desayunar hoy cakes o enfrijoladas, o escoger un buen lugar en la mesa a la hora de la merienda y ver Siempre en Domingo.
Meryl Streep decía en la peli de Los puentes de Madison: “Brindo por las noches antiguas, la clase media y la música lejana”. En fin, yo digo que dar domingo es una tradición que hay que mantener, que la clase media es la que sostiene la felicidad de este maravilloso país lleno de tradiciones familiares y que pertenecer a esta clase social me da muchas ilusiones y recuerdos que no se pueden comprar con nada.