Sí. Es necesario que quien comete un crimen pague las consecuencias de la transgresión.
Sin embargo, el encarcelamiento de una o muchas personas no garantiza el final de la violencia cuando ésta forma parte de una cultura compartida por la población.
Así, la captura de un capo no significa el fin del crimen organizado. La eliminación de un terrorista tampoco significa el fin del terrorismo.
Para muestra: un botón.
Dolores González Katarain, “Yoyes”, fue la primera dirigente del grupo terrorista ETA.
Quiso hacer una vida normal y dejó la dirigencia etarra.
Estudió en México, en la Universidad Autónoma Metropolitana; luego, se acogió de una amnistía del gobierno español y regresó a Euskadi en 1985.
Ella fue asesinada en 1986 por la banda que un día dirigió, acusada de traidora. A sangre fría, a balazos, a plena luz del día, junto a su hijo, en una plaza pública de Ordizia, su tierra natal, una cuna de etarras.
Al preguntar a una abuelita -20 años después- en esa misma plaza, junto a su nieto qué opinaba del artero crimen contra “Yoyes”, la respuesta que obtuve fue corta, seca, contundente y reveladora: “¡Qué bueno que mataron a esa chivata!”.
Si así piensa la abuela, ¿qué conducta se puede esperar de sus hijos o de su nieto que la acompañaba?