Las sorpresas de la nueva vida política de México dejan con la boca abierta al más pintado. La última que nos enteramos ha sido la del diputado federal, quien era, antes de ocupar una curul en San Lázaro, actor desnudista en “Solo para mujeres” y cantante (del grupo llamado Garibaldi).
Al señor diputado Meyer lo criticaron, duramente, por haber sido designado por Morena para presidir la Comisión de Cultura de la Cámara Baja. Una presidencia cuyo valor es fundamental en el impulso de uno de los ámbitos más castigados por la política en la historia moderna de nuestro país.
Este ciudadano metido a legislador no tuvo mejor respuesta a las críticas que pronunciar unas palabras que deberían estar en letras de oro en el salón de la infamia política mexicana: “Para presidir la Comisión de Cultura, pues no se necesita ser Sócrates”.
En efecto, el diputado Meyer no podría ser jamás un Sócrates, como no debería jamás ser un presidente de la Comisión de Cultura. El sabio ateniense mantenía sus diálogos desde la perspectiva del saber que no sabía nada para invitar a su interlocutor a hablar e ir definiendo juntos la verdad.
El diputado Meyer no tiene la menor idea de lo que es la verdad, la cultura o el desarrollo de este bien superior de la civilización.
Y no es lo mismo un método de virtud, verdad y equilibrio, como el socrático (que funda la filosofía occidental), que el exabrupto del diputado Meyer, quien solo no sabe que no sabe nada. Pero se siente “muy contento” con el nuevo cargo que le dieron. Fue votado como presidente “entre cinco o seis perfiles”.
El milagro es que el señor Meyer es de Morena. Y la aplanadora legislativa –como antaño la del PRI—no encuentra diferencia entre Sócrates y un actor de carpa.