En las definiciones de la deontología periodística y de la teoría democrática se le asigna al periodismo un papel de gran responsabilidad: proveer a los ciudadanos de información sobre su entorno para participar en la toma de decisiones colectivas.
En esa concepción, es imprescindible que la información que generen los periodistas sea independiente, es decir, que sea alejada de los intereses del poder.
Asimismo, se busca que sea plural y así refleje las distintas expresiones que concurren en las complejas sociedades contemporáneas.
Se busca que el periodismo intente ser objetivo y refleje tal cual la realidad que atestigua.
Aún cuando los medios de comunicación cumplan a cabalidad con esos requerimientos democráticos, el periodismo -de forma involuntaria- pueden terminar dañando a la democracia por su naturaleza intrínseca.
Por un lado, la lógica de la generación de las noticias es destacar lo novedoso, lo inusual. Lo habitual, lo ya sabido no es noticia.
Por otro, el ejercicio mismo de redactar para formatos breves, históricamente limitados en tiempo y espacio, deja grandes parcelas de realidad fuera del contenido a transmitir.
Que los ciudadanos construyan su imagen del entorno a partir imágenes parciales de la realidad, que destacan solo lo novedoso e inusual conlleva equivocaciones al tomar decisiones.
¿Qué hacer? ¿Qué opciones tienen los ciudadanos si su ventana al mundo son las noticias y no tienen tiempo suficiente para hacer la minería de los datos que den una visión más amplia de la actualidad?
Creo que no hay un camino único.
Algunos pasan por propiciar una actitud más activa de los ciudadanos en la búsqueda de información, más allá de la noticiosa: que los ciudadanos tengan otros datos.
Ya Robert Dahl, politólogo estadounidense, señalaba en sus criterios de democracia la necesidad de que los ciudadanos contaran con fuentes de información independientes a las del poder.
Yo agregaría que los ciudadanos también familiaricen con fuentes independientes de los medios de comunicación. Para esto, se requiere una amplia “alfabetización” estadística y que sepan interpretar correctamente las medidas de tendencia central, tanto el promedio como la desviación estándar, por ejemplo.
También creo útil desacralizar el papel del “deber ser” del periodismo para la democracia y se entiendan los alcances y limitaciones de la lógica periodística.
De lo contrario, al periodismo se le seguirán achacando adjetivos como “manipuladores”. Los periodistas no alteramos la realidad, pero solo reflejamos pequeñas partes de la misma.
Urge este deslinde para frenar el creciente desencanto de los ciudadanos hacia la democracia como forma de gobierno, como forma de vida.