Un fetiche es un objeto de culto. Sus adoradores le atribuyen poderes sobrenaturales. Los fetiches son amuletos que conjuran los maleficios o proveen beneficios mágicos.
En la política hay grupos políticos que con frecuencia convierten a las organizaciones gubernamentales en un fetiche.
Primero vale la pena recordar algunos matices. Las instituciones sociales son formas de organización social que trascienden el tiempo, que han permanecido a lo largo de los siglos independientemente de las formas de gobierno.
Así hablemos de una dictadura, una monarquía, un sistema presidencial o parlamentario, incluso de una teocracia, hay formas de organización que permanecen: el ejército, el gobierno, la iglesia, la escuela y la familia.
Las instituciones públicas, sin el apellido “sociales” son organizaciones y se crean para cumplir con un objetivo. Para no abonar a la confusión vale la pena referirse a los gobiernos en concreto como organizaciones gubernamentales.
A lo largo de la historia hay ejemplos de cómo surgen, se modifican y extinguen las organizaciones concretas que actualizan a las instituciones sociales.
Así como la institución social “familia” permanece, la organización familiar concreta, en cada hogar mexicano, adopta formas distintas.
De igual forma, la institución social “gobierno” seguirá existiendo como lo ha hecho durante milenios aunque la organización gubernamental concreta de un sexenio adopte estructuras diversas.
El actual presidente ha modificado la estructura orgánica del Poder Ejecutivo Federal: La Secretaría de Desarrollo Social, que surgió en el sexenio de Carlos Salinas, se transformó en la Secretaría del Bienestar con programas sociales distintos a los de sexenios anteriores.
Con Peña Nieto la Secretaría de la Reforma agraria devino en la SEDATU y el Instituto Federal Electoral exportó su modelo a los estados. Ahora como Instituto Nacional Electoral asumió facultades que antes eran responsabilidad de los institutos electorales en cada estado.
La sociedad se mueve y a la par las organizaciones gubernamentales van mutando. Otro elemento del cambio orgánico gubernamental es, sin duda, el estilo de gobernar de cada presidente y el contexto global.
Así se crearon las Comisiones de Derechos Humanos en el plano federal y en cada estado. Se han creado institutos o secretarías de la Juventud y las Mujeres, como una expresión de “preocupación” política por un grupo social.
Sin embargo, tal vez por desconocimiento o por pura estrategia política-narrativa, los partidos políticos de todas las tendencias ideológicas convierten a las organizaciones gubernamentales en un fetiche.
Le atribuyen a una organización gubernamental poderes mágicos. Al INE lo convierten como garante de la democracia.
Un ejercicio de política comparada demuestra, sin mucho esfuerzo, que otros países con mejor calidad democrática no cuentan con un INE.
Incluso se ha hecho creer que la democracia es la vía para superar problemas añejos como la pobreza. El modelo chino, de partido único, no es es un paradigma contemporáneo de democracia pero sí de sacar a millones de personas de la miseria.
Se ha llamado a proteger las organizaciones gubernamentales de embates autoritarios o afanes entreguistas como si la sola existencia de una organización garantizase un estado de cosas.
Convertir a las organizaciones públicas en un fin y no en un medio es un ejercicio de fetichismo político.