La semana pasada dos noticias sacudieron los medios y las redes sociales en Canadá. Una nota local y otra del extranjero. Por un momento, parecía que el fin del gobierno de Trudeau había llegado; iríamos a elecciones en pocos días, pero no pasó. La nota foránea, fue el caso de los beepers y walkie takies usados como armas de precisión por Israel contra un grupo terrorista en el Líbano.
Mientras que en México se da una especia de guerra política entre el gobierno y el pueblo, en torno a la reciente reforma sobre el Poder Judicial, que según los críticos estaría aniquilando el equilibrio de poderes, dejando todo en manos del Ejecutivo y sus esbirros en el Congreso. Al tiempo que las notas salidas de los Estados Unidos se enfocan en la falsa noticia de que los inmigrantes están robando y matando perros y gatos para comer… ¡y hay gente que lo cree!
En la contienda política norteamericana ha habido eventos tan violentos como dos atentos de asesinato contra Trump, el improvisado cambio de estafeta de Joe Biden a Kamala Harris; exacerbando la división del pueblo con una incesante lluvia de ataques y desinformación en medios convencionales y redes sociales. Llevando a una muy cerrada contienda.
En contraste con esa intensa y ruidosa guerra política, las cosas en Canadá se han movido bajo el agua, pero que explota de repente. La popularidad del primer ministro ha venido cayendo, y la de su principal opositor el líder conservador Pierre Poilievre va al alza. Ahora que las sesiones del Parlamento han reiniciado, el líder conservador amenazó con lanzar un voto de (des)confianza contra Trudeau, que de tener los votos suficientes significaría el fin de su mandato, la disolución del parlamento, convocatoria a elecciones y muy breves campañas electorales.
Pero, como ninguno de ambos partidos tiene votos suficientes, la balanza la inclinan 2 de los partidos pequeños: el Neodemocrático (NDP) y el Bloque Quebequense (BQ). Hace pocos días, Jagmeet Singh dirigente del NDP dijo que había roto su acuerdo político con los Liberales, dejando abierta la posibilidad de disolver el gobierno; pero el líder de origen hindú dijo que no apoyaría a los conservadores para llegar al poder. Por su parte el líder del Bloque Quebequense , Yves-François Blanchet, primero dijo que tampoco apoyaría al conservador.
Al día siguiente, ambos anunciaron que sí apoyarían la disolución del gobierno de Trudeau. No pasaron ni 24 horas, cuando el bombazo mediático dio un giro den 180 grados y ambos partidos anunciaron que no votarían en contra de Trudeau y los liberales. ¿Qué cambió? Un nuevo acuerdo político con ambos y Trudeau, a cambio de no disolver su gobierno. El Bloque pidió aumentar 10% las pensiones de los jubilados y algunas medidas proteccionistas al sector agropecuario; el NDP quiere que el gobierno controle los precios de los abarrotes e implemente ayuda a las personas que rentan. Ambas demandas muy enfocadas a las dos grandes crisis que enfrenta Canadá en este momento: inflación, y la escasez y carestía de la vivienda.
En tal sentido, la bandera que le ha ganado a Poilievre tanta popularidad y con la cual ha manejado toda su campaña es la pelea contra el impuesto al carbón, que Trudeau implemento hace unos años con la idea de alcanzar las metas ecológicas internacionales. Misma lucha que varios gobiernos provinciales han secundado, pues tal impuesto no solo encarece el precio de la gasolina, sino que impacta el costo de todos los productos y mercancías, por parte del costo del transporte.
Sin ser perfecta, la democracia parlamentaria canadiense al menos confirma el valor de los contrapesos, la división de poderes y el Estado de Derecho. Además de una sociedad que no tolera meses o años de campañas políticas eternas. Gran contraste con los cambios que está viviendo ahora México, que pretendiendo hacer uno de los 3 poderes más democrático, parece concentrar el poder en las manos de del Ejecutivo y sus instituciones esbirras, usando redes y medios como promotores de su agenda, manipulando el voto ciudadano.
Si todas estas guerras y guerrillas políticas no fueran suficientes, al otro lado del mundo, las guerras militares se han agudizado y han mostrado formas creativas y audaces para matar. No solo hemos sido testigos de genocidios y ataques masivos casi en vivo en medios y redes sociales; el mundo entero escucha declaraciones por ejemplo del presidente de Ucrania pidiendo permiso a sus donadores de armas (entre ellos Canadá) en occidente para lanzar misiles al interior de Rusia; país que por su parte anuncia la compra de drones más destructivos a Irán. Como si anunciaran sus estrategias militares públicamente y por adelantado, ¡algo que solía ser secreto!
Sin embargo, la nota que dominó por al menos dos días la atención de medios y redes mundiales fue la explosión sincronizada de dispositivos de comunicación, que creíamos habían pasado a la historia: beepers y walkie talkies, entre muchos de los líderes del grupo Hezbollah en el Líbano; matando docenas de personas e hiriendo miles, desbordando todos los servicios médicos y creando una gran paranoia.
Llegó un momento en que se hablaba de que incluso los teléfonos celulares estaban explotando, además de automóviles, scooters (patinetes eléctricos), paneles solares y otros aparatos electrónicos. Muchas son las teorías, pero todo apunta a un plan preparado durante mucho tiempo, interceptando embarques de tales productos, para ponerles explosivos; pero el hacerlos volar todos al mismo tiempo en forma remota es un extraordinario plan tecnológico y, dentro de todo, reduciendo el impacto a civiles.
Claro, Israel no se podía quedar conforme con eso y al día siguiente empezó un ataque tradicional con drones y bombas contra Líbano, generando la antesala de una guerra más extensa en el Medio Oriente.
En el mundo globalizado en que vivimos, no es difícil que tales conflictos directa o indirectamente impacten otras regiones. Por ejemplo, la estrategia israelita podría dar ideas a gobiernos como el gringo, que viene pensando cómo atacar a los cárteles de la droga en México. Si las series ficticias reflejan en algo la realidad, tales grupos delictivos también evitan el uso de teléfonos inteligentes, para no ser espiados o detectados, valiéndose de los viejos sistemas de comunicación… trabucles!
Las nuevas caras de la guerra en el siglo XXI nos ofrecen gatitos de caricatura portando armas de alto calibre, lideresas políticas dirigiendo grupos masivos de militares; escenas apocalípticas sin un solo edificio en pie o equipos de comunicación del siglo pasado explotando en forma sincronizada por todo un país.
Aquella conocida frase del medio es el mensaje, está tomando otra dimensión: beep beep boom.