El tiempo de la reconciliación ha llegado a México. Se trata de una etapa profunda, donde la comunicación pública ha de jugar un importante papel. El desprestigio de la palabra política es tal que son los medios -impresos y audiovisuales- los que tendrán que rescatar el lenguaje de la verdad, como contrapeso al presidente electo.
«No mentir, no robar, no traicionar», es el trípode sobre el cual ha montado su promesa de gobernar a México, Andrés Manuel López Obrador. El primero que tendrá que honrar su palabra será él. Pero la reconciliación no será posible si no existe, ya, un castigo para la mentira.
En el último proceso electoral fue casi imposible descubrir quién estaba mintiendo. Una colección de noticias falsas, de fintas mediáticas y de acusaciones sin fundamento impidieron a la gente enterarse de lo que se jugaba. Finalmente, las encuestas no fallaron, pero sí todo su entorno. Y la seudo cultura de la sospecha incrementó su capital, ya de por sí abultado, en México.
La primera de todas las reglas, el no mentir, es la regla de oro de la «cuarta transformación de México». Usar la promesa con sentido de posibilidad, y no como señuelo, debe comprometer a todo el aparato del poder. Y dejar de buscar chivos expiatorios. Porque lo que puede cambiar a un pueblo, de raíz, es que sus gobernantes y los medios de comunicación se conduzcan en el plano de la cortesía verbal.
Los lingüistas saben muy bien que la cortesía verbal es el principio de una sociedad civilizada. Y de una sociedad decente. México ya no puede injertarse en el afán del insulto, en el veneno de la descalificación o en el infierno de la mentira. Y su nuevo presidente tiene esta enorme responsabilidad. Junto con los medios y los mediadores. Habrá que cumplirla.