Para un mexicano como yo, viviendo en Canadá, uno de los temas que me tomó tiempo entender era la relación actual que tiene el país con la monarquía inglesa. La cara de la Reina Isabel aparece en los billetes y en las monedas, algunas instancias de gobierno son llamadas “la corona” y así se refieren a ciertas autoridades dentro de los tres poderes de gobierno (legislativo, ejecutivo y judicial).
Las nuevas leyes en Canadá se hacen oficiales solo por “venia real”, la temporada de sesiones del parlamento siempre inician con el “discurso del trono”, son los “gobernadores generales” (representantes de la corona inglesa) los que aprueban la disolución del parlamento para ir a elecciones y elegir otro gobernante, incluso el primer ministro. En el ámbito militar, la Gobernadora General es la comandante en jefe de todas las fuerzas armadas, y no el primer ministro ni el secretario de defensa. En las cortes de justicia, el fiscal que persigue presuntos criminales es llamado “Fiscal de la Corona”. O sea, la figura de la corona es la fuente virtual del poder político.
Es ahora que la Reina Isabel II ha muerto que esa figura virtual de poder tiene sentido para mí. Yo sé que, en los hechos, la monarca no se involucraba directamente en las decisiones del gobierno canadiense, pero definitivamente era quien daba dignidad al gobierno. Como ocurre en todos lados, la política es vista como algo sucio, luchas partidistas de poder, donde lo ultimo que interesa es el bienestar del pueblo. Y aun cuando la familia real británica ha estado salpicada de escándalos, la imagen de la reina se mantenía firme y limpia.
La prueba es la respuesta del pueblo británico que en grandes multitudes lloró y despidió por varios días a su monarca. Un amor y un respeto hacia una figura de poder que es totalmente inusual en estos tiempos, y que va más allá de la elaborada pompa y circunstancia inglesa que ningún acto hollywoodense podría igualar. Que contó con la presencia de gobernantes de todo el orbe, hasta Marcelo Ebrard fue por su selfie.
Es curioso que, durante pleno mes patrio mexicano, donde se celebra la independencia de la corona española (ocurrida hace más de 200 años), Canadá famoso por su modernidad participe en el momento histórico de los funerales de la Reina Isabel II.
En este punto es necesario hacer una breve explicación histórica. Canadá es considerada una monarquía parlamentaria, algo así como un país democrático que (paradójicamente) se reconoce como una monarquía (la realeza inglesa). Este país se hizo independiente de Inglaterra mediante la firma del Acta de Norteamérica de 1867 dando forma a lo que se conocía como la Confederación Canadiense. Ese documento sufrió varias enmiendas y su versión final fue firmada hasta 1982 precisamente por la Reina Isabel II, siendo primer ministro Pierre Elliott Trudeau (padre del actual gobernante). Algunos de esos cambios incluían la aceptación de una nación con 2 idiomas oficiales (francés e inglés) y el documento llamado Carta de Derechos y Libertades que contiene aspectos de derechos humanos, el rol de los gobiernos provinciales y las relaciones con los pueblos indígenas y sus territorios.
De forma muy contrastante, pienso en la forma en que uno crece en México pensando en las monarquías como algo viejo, algo malo; no en vano desde Estados Unidos hasta la Patagonia, el resto del continente tuvo que hacer guerra a los imperios español, inglés y portugués para obtener su independencia y alejarse de todo lo que fuera coronas, reyes, siervos y esas cosas. Sin embargo, en tiempos modernos la imagen de la realeza se ha idealizado, como cuentos de hadas (donde siempre hay príncipes y princesas) o el mundo de la farándula donde no faltan el rey de esto o la reina de aquello.
Bueno, no vayamos más lejos, la noche del 15 de septiembre el inquilino del “Palacio” dio un renovado Grito de Independencia… Otra ironía, conmemorar la libertad desde un palacio.
En una serie telenovelesca sobre la vida de Simón Bolívar (Netflix), el gran libertador de las Américas, hay una escena donde, tras haber liberado a Venezuela y Colombia del gobierno español, el personaje histórico decide nombrarse emperador y su explicación es que, contario a su ideal inicial inspirado en la Revolución Francesa, se dio cuenta que los pueblos latinoamericanos no estaban listos para vivir en una democracia, sino que anhelaban, necesitaban la imagen de un rey que los gobierne.
Y honestamente, es sabido que los mexicanos ven en cada nuevo presidente a un individuo con todo el poder para cambiar un país, resolver los problemas de toda la gente, cambiar de un plumazo toda la realidad nacional, dándole una autoridad cuasi monárquica.
Sin embargo, en pleno siglo XXI las monarquías existen. En lo personal, considero que la muerte de Isabel II es el fin de una era, no hay otro monarca con la influencia real y mediática que ella tenía. NI siquiera su hijo, el nuevo Rey Carlos III.
Es un momento definitorio para las 54 naciones que forman parte del Commonwealth, entre ellas Canadá, Australia, Nueva Zelanda, India y Jamaica. Algunos miembros de este grupo de excolonias británicas, que mantienen acuerdos de apoyo entre sí y con la Gran Bretaña, ya venían cuestionando su relación oficial digamos con la corona y algunos buscarían cortar por fin los lazos con su pasado.
Para Canadá, a pesar de su afecto y profundo respeto por la Reina, es un asunto que toca el caso del reciente genocidio de niños indígenas. Hace solo unas semanas vino el mismo Papa Francisco a pedir perdón por los abusos históricos cometidos por la iglesia, y aun cuando el gobierno hizo su parte absolutoria en ese tema, hay voces que demandan terminar con los lazos del pasado del colonialista y sus barbaridades. Justo el 30 de septiembre es el recién creado feriado oficial Dia de la Verdad y la Reconciliación, para marcar el vergonzoso episodio de la historia canadiense contra sus pueblos indígenas.
Esperemos a ver como lucirán los nuevos billetes y monedas con la efigie del nuevo monarca. Y ojalá que en México no se les ocurra poner la imagen presidencial en su dinero.