No existe un método probado para que en la era de la post-verdad en la que nos encontramos, seamos capaces de cribar lo falso de lo verdadero; lo engañoso de lo espectacular; lo correcto de lo tendencioso, lo real de lo virtual…
La explosión de la comunicación por las redes sociales y el efecto Internet han hecho que cualquiera sin formación ni capacitación, se convierta en “informador”. Y hay tantos que poco a poco se van perdiendo los límites de la verdadera comunicación, la que busca construir un espacio social compartido.
Algunos optan por pedirle al Estado un mecanismo permanente de censura, que cumpla una misión como de regulador y sancionador de aquellos que difundan noticias falsas, especialmente en temas socialmente sensibles (como, por ejemplo, sucedió en México, en los terremotos de septiembre pasado).
Se trata de un remedio tan peligroso como la enfermedad que intenta atacar. Que el Estado se haga cargo limita no solo mi libertad, sino, también, mi iniciativa, el esfuerzo que, desde siempre, ha significado obtener una buena información. ¿Hay solución ante este dilema que ha arrastrado muchas famas y muchas honras al albañal?
El dicho latino «caveat emptor» (algo así como: que el comprador tenga cuidado) podría ser la solución. Aplicar el mismo método o un método similar al que, por ejemplo, aplicamos a la elección de un bien o un servicio que nos es preciado. Le damos vueltas al asunto, revisamos opciones, no nos dejamos ir a la primera. Quienes consumen noticias tienen que tener cuidado, ser juiciosos en la selección de los medios y de las fuentes de información y tener el hábito de contraponer diferentes “tonos” ideológicos. Se trata de formar un sistema personal de información y de no de estar a merced del que quiera informarnos.
Es un trabajo exigente, desde luego, pero es la única forma de poder vencer al fantasma de la post-verdad y volver a ser buscadores de la verdad; volver al origen de la información: lo que da forma a lo informe.