Se acerca el fin de este 2019; con él acabará la segunda década del nuevo milenio y es tiempo de algunas reflexiones.
En lo nacional terminamos una década en la que vimos irse del gobierno federal a un partido que por años fue oposición pero que terminó por ser absorbido por un sistema que lleva décadas operando para la impunidad, la corrupción y la negligencia. El PAN llegó con el milenio al poder y hoy está alejado de él, cuando menos en el ámbito nacional.
Vimos volver al dinosaurio que, de la mano de un candidato carismático, terminó por ser quizás el más corrupto y corruptor de la historia y terminó, en 2018 reducido a una marginal organización política, desmembrada, con la militancia real secuestrada y diezmada por las cabezas nacionales y regionales que sólo vieron por sus propios intereses.
En esta década que concluye vimos llegar al populismo al poder con la esperanza de una verdadera transformación que sólo ha atinado a espantar a los grandes capitales y, por lo tanto, a frenar el desarrollo económico.
Una transición democrática sí, pero que en el fondo parece un retroceso a la demagogia y a la centralización del poder en una sola persona.
Termina una década en la que lo mexicanos, hartos de la corrupción, la inseguridad y la falta de oportunidades, optó por quien les ofrecía darles lo que no tuvieron por décadas.
Termina una década en la que los mexicanos, muchos sin analizar, pensaron que no se podía estar peor que como estábamos. Estaban equivocadísimos y hoy muchos se arrepienten. Demasiado tarde. Tenemos el gobierno que merecemos.
Iniciará la tercera década del milenio sin muchas esperanzas de cambio; México registrará al cierre del 2019 un crecimiento de 0.0 por ciento y el pronóstico para el 2020 no es mejor; con el récord en homicidios dolosos en toda su historia; con recortes en áreas estratégicas y vitales como la salud, las guarderías y los órganos autónomos y con el secuestro, por parte del gobierno federal y de su partido, de éstos.
El presupuesto federal para 2020 castiga a los estados y municipios e inyecta recursos multimillonarios a los programas clientelares de la 4T, mientras que la SHCP con nuevos dientes apunta a una persecución tributaria nunca antes vista, a un terrorismo fiscal sin precedentes y, además, iniciaremos el 2020 con una ley de Amnistía que les abre la puerta a los delincuentes, por sólo poner algunos ejemplos.
Así iniciará el México de Andrés Manuel López Obrador su segundo año de gobierno, un segundo año en el que seguiremos viendo contradicciones; perdones sumarios y juicios simplones cuando así convenga al titular del Poder Ejecutivo.
Y pese a todo este panorama nada halagüeño, un servidor no cree que esto sea lo peor; no, desde mi punto de vista lo más grave es que quien hoy ostenta la máxima magistratura del país seguirá ejerciendo, desde su púlpito palaciego, su mejor estrategia, la que lo llevó al poder pero que todo indica que terminará por hundir al país: la polarización.
El presidente López tiene clarísimo que mientras mantenga su discurso divisorio entre buenos (él y sus corifeos) y malos (quienes no pensamos como él); mantendrá un alto margen de maniobra, de control y ejercicio autoritario del poder y tiene razón pues no tiene contrapesos, no le gustan y está haciendo todo por eliminar los que aún quedan. Sólo le falta el INE.
Pero, además, si a ello sumamos que hoy en México la oposición está hecha añicos y no tiene ni pies ni cabeza, entonces el panorama para este país, no sólo en el 2020, sino en el mediano plazo, es terrible. Les digo.
EL ÚLTIMO PÁRRAFO. Esta semana autoridades de los Estados Unidos detuvieron en Texas al exsecretario de Seguridad Pública en el sexenio de Felipe Calderón, Genaro García Luna; lo acusan de varios delitos, entre otros delincuencia organizada y tráfico de drogas. Su exjefe salió a deslindarse del asunto y de ello concluyo que Calderón está acabado. Sólo hay de dos sopas: o sabía y fue cómplice, o no sabía lo que hacía el encargado de seguridad en su sexenio y por lo tanto le vieron la cara durante seis años. Cualquiera de las dos sopas sabe a rayos. Digo.
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