Independientemente de quién haya ganado la presidencia de la República, el Congreso y los tres mil y pico de puestos de elección popular que se dirimieron el pasado domingo 1 de julio, lo que ya no podemos tolerar en México es otro proceso electoral como éste.
Me refiero a los ciudadanos: desde la limitación presupuestal de los partidos políticos hasta la segunda vuelta electoral, son necesidades básicas de una democracia como la que necesitamos consolidar. Pero hay algo más: tenemos que hacer la guerra a las llamadas “fake news”, las noticias calumniosas, que nos trajeron por la calle de la amargura, y aumentaron la violencia (si eso es posible) en nuestra sufridísima nación mexicana.
Proponía en la colaboración anterior votar en contra de quienes prohíjan las noticias calumniosas bajo el maquiavélico pretexto de “divide y vencerás”. La victoria política sin la mirada puesta en el bien común es una victoria pírrica. En corto, muy corto tiempo, se vuelve en contra de quien la propició. Pero no va solo, va con un país entero: nadie consigue un buen fin usando métodos perversos.
Cité una homilía del Papa Francisco en Santa Marta, en la que habló de las noticias calumniosas como principio de toda dictadura. Hay una contraparte de ese tipo de noticias que nosotros, los ciudadanos de a pie, podemos abonar o combatir. Abonamos a la destrucción de la democracia cuando nuestro comportamiento cotidiano esta seducido –también—por la destrucción del otro, por la destrucción de la persona. Si como sociedad, como individuos, como familias, protegemos nuestro entorno evitando caer en “la seducción de los escándalos”, más difícil la tendrán quienes se ocupan de convertirnos en títeres de las “fake news”. No es una nueva teoría sociológica: es sentido común.
La división que provoca la difusión de calumnias socava los cimientos de la moral ciudadana. Y penetra, peligrosamente, en la “conciencia social” del usuario de los medios, es decir, todos nosotros. Más aún, impregna la vida cotidiana y sin pasar los “tres filtros” (¿fuiste testigo?, ¿es verdad?, ¿mejora al otro si lo dices?), se convierte en una práctica risueña, chistosa, me hace ser “popular”.
“Pero no puede, no se puede ir adelante así. Y así la comunicación crece, y esa persona, esa institución, aquel país termina en la ruina. No se juzgan al final a las personas. Se juzgan las ruinas de las personas o de las instituciones, porque no pueden defenderse”, termina diciéndonos a todos, creyentes o no creyentes, el Papa Francisco.