Las campañas electorales son -como diría el jurista Manuel Atienza- verdaderas guerras de falacias.
La propaganda electoral está nutrida argumentos cuyo único mérito o desventaja está en ser compartidos por una gran cantidad de personas o haber sido dichos por una persona.
La mayoría de los debates de coordinadores de campañas, mesas de análisis y comentaristas transcurre con ideas falsas pero verosímiles.
Entre los argumentos falaces que han proliferado recientemente están, por un lado, los que describen a una ciudadanía inerme ante los ataques de las noticias falsas: la amenaza rusa.
Por el otro, se argumenta que los ciudadanos son las máximos garantes de transparencia y objetividad al momento de contar los votos: la infalibilidad de la aritmética electoral solo por ser realizada por ciudadanos.
Entonces, ¿los ciudadanos son como niños indefensos ante los maliciosos ataques de un extraño enemigo y al mismo tiempo son avezados adalides democráticos?
En falacias análogas incurren quienes pontifican sobre la fortaleza de las instituciones que los mexicanos hemos construido.
La mayor virtud, por definición de una institución, es trascender a las personas. Si algo no soporta el paso de los individuos simplemente no es una institución, entra en cualquier otra categoría.
Los mismos agoreros advierten después que un solo individuo, por pura voluntad, puede echar por la borda en cuestión de meses lo construido durante años.
Entonces ¿son fuertes o son débiles las instituciones? Son, sin duda, perfectibles.