Cuando hay escasez de un insumo hay necesidad de priorizar a quién le toca.
Todos quisiéramos estar en primer lugar de la vacunación, la vida de uno mismo es la más importante. Pero ante situaciones de emergencia, hay que priorizar y hacer sacrificios.
La frase clásica de los naufragios, cuando hay que abordar las lanchas salvavidas, “niños y mujeres primero” ilustra esta situación.
En el caso de la vacunación ocurre lo mismo: ¿a quién vacunar primero?
Las decisiones del gobierno federal han sido priorizar a los médicos que atienden directamente a pacientes de Covid-19, a las personas adultas mayores y a los maestros.
La racionalidad de esta decisión puede ser consensuada o controvertida, lo cierto es que por el momento la demanda de vacunas sobrepasa la oferta y hay que priorizar.
Han llegado más de 18 millones de dosis para una población de más de 100 millones, descontando a los menores de edad para quienes aún no se han aprobado los biológicos.
Si ya se abrió la puerta a inmunizar a los docentes, para atender la apremiante necesidad del regreso a las escuelas, y si hay mayor disponibilidad de vacunas, se podría abrir la posibilidad de agregar otros sectores de la población en paralelo a los grupos de edad.
La pregunta es ¿quién sigue? El problema es que no se ha presentado información actualizada para generar un consenso.
El dato de que a mayor edad hay mayor riesgo de morir por COVID-19 es bien conocido, al igual que la mayor correlación entre hipertensión, diabetes y obesidad con los desenlaces fatales.
Si fuera por profesión la Secretaría de Salud debería actualizar la información y publicar los datos que dieron a conocer en julio de 2020, en el boletín epidemiológico de la semana 30, para crear consenso sobre quiénes deberían ser los siguientes en ser vacunados.
En mi opinión, deberían ser las trabajadoras domésticas, La mayor cantidad de muertes al mes de julio de 2020 se había registrado entre personas dedicadas al hogar.
La lógica es sencilla. La instrucción a la mayoría de las personas con síntomas fue “quédate en casa”. Los hogares se han convertido en los principales centros de transmisión.
Las trabajadoras del hogar son en su mayoría empleadas informales, con sueldos precarios y sin capacidad de darse el lujo de no ir a trabajar.
Además, en su trabajo, a diferencia de los hospitales, no siempre se les brinda equipo de protección personal aún cuando haya un paciente enfermo. Sin embargo, justo por estar en la informalidad es complicado hacer la selección adecuada de personal en esta ocupación y evitar “colados”.
El dato ahí esta, pero a estas alturas ya es viejo. Mucho ha pasado en la pandemia de Covid-19 desde julio de 2020.
Seguro muchos estarán en desacuerdo, porque cada quien quiere ser primero, pero con la información adecuada, con el dato contundente, se puede construir un consenso sobre quiénes deben ser prioridad en la vacunación.