En lo que antiguamente era el barrio de los indios, en San Juan del Río, Querétaro, se encuentra el Museo de la Muerte, fundado como tal en 1997, y albergado en el cementerio de la Santa Veracruz, edificación que data del siglo XVIII, de estilo neoclásico y que alojó al panteón municipal hasta mediados del siglo XIX.
El Museo pretende mostrar a la muerte como un fenómeno cultural con todo su misterio y contenido simbólico e integrar el recinto a la cultura local, representando distintos rituales encontrados en la zona ofreciendo una amplia visión de la muerte en los diversos periodos históricos de nuestro país, como la época prehispánica, el tiempo de la colonia y los enfoques que se le dieron a partir de los siglos XVIII y XIX, incluyendo un apartado especial sobre la muerte en la cultura popular contemporánea.
El espacio cuenta con una galería, el museo de sitio y una sala museográfica, a través de los cuales se representan diversos aspectos relacionados con la veneración a la muerte, vestigios, imágenes y pinturas sobre las prácticas rituales y religiosas relacionadas con este fenómeno y su valor cultural; sin embargo, lo que vuelve imperdible el sito es todo el misticismo y leyendas que envuelven a los ahí inhumados, pues no está de más mencionar que cuenta con más de 400 tumbas, tanto de gente distinguida e importante de su época como otras que no tanto y eran clasificadas como personas de tercera clase, es decir, de extracto humilde.
Las tumbas, que se conservan casi intactas debido al material del que fueron construidas, la cantera morena, piedra que es la riqueza natural de San Juan del Rio, fueron elaboradas de diversas formas arquitectónicas, están colocadas en paredes, pisos, a medio patio o en criptas colectivas, donde pueden colocar la imagen de un santo o flores para seguir teniendo el contacto con su ser amado, y para nosotros los visitantes, están los epitafios que echan a volar la imaginación, empatizando con aquellos que yacen entre las lapidas.
La primera persona inhumada aquí es doña Victoriana Cervantes, quien murió el 20 de febrero de 1857, la última tumba fue la del niño José Edgardo Landeras Layseca, el 17 de diciembre de 1967.
También se encuentra la tumba de José Saturnino Cos, quien murió el 19 de mayo de 1886 y pidió- según la leyenda- como último deseo, que se le colocara en uno de los escalones que conecta el patio principal con el segundo, pues creía firmemente que cada que alguien pisara su loza, le quitarían pecados de encima.
Otra tumba que llama la atención por su arquitectura y particularmente por su historia, pertenece a un miembro de la familia Osornio, dicha persona fue enterrada con sus riquezas monetarias, en específico, oro y plata.
En cuanto a la arquitectura, podemos visualizar en la parte superior, un mundo con una serpiente, que simboliza el bien y el mal, en la parte siguiente hay cuatro imágenes, que pertenecen a un obispo, un cardenal, un sacerdote y posteriormente a la muerte, cuyo significado se atribuye a la frase, “no importa lo que seas, la muerte te va a alcanzar”.
De todas, la única tumba visitada en la actualidad es la del señor, Federico Cervantes, por una hija suya que fue concebida fuera del matrimonio, quien radica en la ciudad de México y contó que un día, visitando su natal San Juan acudió al museo de la muerte en el que, para su sorpresa, encontró la tumba de su padre, misma que ahora cada 2 de noviembre es ataviada con los elementos tradicionales del día de muertos, y una hermosa ofrenda floral.
Como estas historias, el museo tiene un ramillete, y aunque los esfuerzos del gobierno municipal por promoverlo hayan alcanzado incluso el diseño de un recorrido virtual -bastante completo, debemos reconocer -, acudir presencialmente a disfrutar de la atmosfera que este místico lugar nos ofrece, no tiene comparación.