Heredero de la constancia, el esfuerzo y el arrojo de un campesino que migró al norte para procurar un mejor sustento a su familia; resultado de una juventud vertida en el estudio y posteriores andanzas cosmopolitas, Rubén Maya, artista visual originario de Huimilpan sintetiza años de producción artística en un recuento que deja ver sus claves y principios en la búsqueda de consolidar su autenticidad artística.
Rubén Maya, artista multidisciplinario originario de la comunidad de La Joya, migró a la Ciudad de México con apenas cuatro años por iniciativa de sus padres que buscaban una mejor calidad de vida en la urbe capitalina.
El traslado intercambió las estampas de zonas montañosas queretanas que adornan los confines de Huimilpan por el laberinto de asfalto y sobrepoblación del sur de la Ciudad de México; una transición que -confiesa- vivió alejada de la nostalgia por la corta edad en la que se emprendió.
“Me fui muy temprano a la Ciudad de México porque mi papá nos mandó para allá por cuestiones de trabajo.
“De niño acostumbrado al campo, nosotros nos íbamos a jugar al cerro, al monte. De estar en la montaña llegar a la gran ciudad, si fue fuerte pero como eres niño te acostumbras pronto. Allá estudiamos todo, desde la primaria hasta la licenciatura”, rememora.
Sin influencias previas que lo empujaran a la exploración de las artes plásticas, Rubén Maya recuerda que desde sus primeros años escolares descubrió una habilidad especial para el dibujo manifestada en el reconocimiento de sus compañeros y maestros sobre sus primeros trazos.
Como estudiante de educación básica rememora que su incursión en lecciones artísticas se dio por iniciativa de una maestra, pues en ese entonces su introversión le impidió inscribirse en tiempo y forma en un curso-concurso infantil promovido por la institución.
“Como era tan tímido, veía el letrero y me ilusionaba pero nunca me inscribí, hasta que una vez la maestra me preguntó cómo iba en mis lecciones y cuando supo que estaba fuera movió hilos para que entrara incluso a destiempo”.
Aun cuando el curso de paisaje ya registraba un 50 por ciento de avance, Rubén Maya ingresó y con plena omisión de su desventaja resultó ganador a nivel plantel, un reconocimiento que le otorgó el pase para representar al colegio en la capital.
Esa -especifica- sería la primera de incontables experiencias competitivas en las ramas del arte desenvueltas tiempo después con su egreso del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) e ingreso a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la Universidad Nacional Autónoma de México.
“Lo único que tenía claro era que, como me gustaba estudiar, le iba a echar muchas ganas”, comentó al recordar el proceso de determinación en el que figuraba como primera opción la carrera en Geografía.
De su vida universitaria Rubén Maya recuerda largas sesiones de producción en los talleres, incontables horas de estudio y una visión fija de largo alcance; objetivos por los cuales a la par de sus estudios ideó y echó a andar una estrategia de posicionamiento que detonó sus posibilidades profesionales y con ello, su libertad para cumplir un sinfín de sueños apilados como viajar por el mundo.
Con tal andamiaje formativo, el grabador, escultor y dibujante queretano consiguió, antes de egresar de la licenciatura, ganar tres premios nacionales: el de Arte Joven, la Bienal Nacional Gráfica y el Premio Nacional de la Juventud, lo que sirvió como antecedente para que al egresar se le otorgara la medalla Gabino Barreda al mérito universitario.
En adelante, a través del grabado, el dibujo y la escultura Rubén Maya dedicó su vida a la producción artística mediante un proceso creativo que, desde 1989, no ha dejado de evolucionar y que, aunque, se unifica por rasgos devenidos de su inventiva y fundamentación simbólica nunca ha abandonado los rieles de la innovación.
De los aspectos vinculantes resaltan cuatro: el talante confrontativo de los personajes con el espectador, la multiplicidad de ojos, la extrañeza de los personajes y la simbología con la que armoniza sus composiciones.
De la multiplicidad de ojos, -rasgo identificado con mayor frecuencia por sus espectadores- explica un doble origen; el primero desprendido del capítulo apocalíptico de la Biblia que relata la presencia de cuatro seres vivientes descritos desde la perspectiva de Juan como seres llenos de ojos delante y detrás.
Visión aunada a la narrativa de Carlos Castañeda en su obra Las Enseñanzas de Don Juan donde sugiere que para entrar a un estado alterado de conciencia es necesario desdoblar las miradas en virtud de activar un mundo distinto. “Activar tu sexto sentido o tu parte intuitiva de conocimiento invisible”, explica al respecto Maya.
“La doble mirada implica razón, desde mi punto de vista simbólico, mirar con la razón y mirar con el corazón y si miras con los dos lo haces de forma equilibrada”.
Actualmente, el artista queretano apasionado de las caminatas solitarias por terrenos montañosos ha poblado de espectadores recintos culturales emblemáticos como el Museo de Arte de Querétaro; divide su agenda laboral entre la Ciudad de México donde imparte clases de posgrado en su Alma Máter y el Centro Histórico de esta ciudad, donde tiene su taller de grabado, pintura y escultura donde incuba y madura sus próximas exhibiciones.