Este lunes 20 de septiembre, los canadienses salimos a votar para elegir (o reelegir) a representantes parlamentarios, y con ellos al Primer Ministro. La sociedad decidió que no hubiera cambios; se dice que el jefe (el pueblo) le dijo a los políticos: vuelvan a sus puestos, terminen su trabajo, saquen a Canadá de la pandemia. No hubo premios para nadie…
Justin Trudeau, y su partido Liberal, se quedaron casi con el mismo número de asientos en el Parlamento, un gobierno minoritario; no consiguió la mayoría que ambicionaba. La oposición, el Partido Conservador, siguió en su posición de “oposición oficial”; el Nuevo Partido Democrático, la 3ª fuerza, seguirá siendo la pieza faltante que dé a los Liberales la aprobación de leyes y proyectos de gobierno.
Todo este proceso electoral duró alrededor de un mes y se resolvió sin ningún sobresalto, casi un mero trámite burocrático… nada parecido a las elecciones en México. Primero porque el peso de la política en Canadá es mucho menor a la realidad azteca, no se trata de elegir tlatoanis que hacen campañas por años y prometen transformar el país. Un ritual que se repite cada 6 años. En general las tendencias políticas por acá son moderadas, no ofrecen cambios radicales.
Sin embargo, en estas elecciones apareció un nuevo jugador político: el Partido del Pueblo de Canadá. Su líder, un conservador de extrema derecha, Maxime Bernier, perdió su asiento en el Parlamento en Quebec, sin embargo, logró arrebatar 5% del total de votos (820 mil). Algunos advierten de un foco rojo con este hecho, pues este partido agrupa a la gente que no cree en el Covid, ni en las vacunas, ni en el confinamiento; han hecho muchas marchas y ahora se convierte en una fuerza política.
Más allá de su oposición a las vacunas y el confinamiento, la gente que agrupa este nuevo movimiento representa las ideologías ultra derechistas opuestas a los grupos de minorías negras, pueblos indígenas, mujeres y gente de razas no blancas.
Justamente algunos de los temas que manejaron los candidatos en campaña fueron vivienda accesible (las grandes ciudades canadienses registran alzas constantes en los precios, hay lugares donde la casa más pequeña cuesta 1 millón de dólares); apoyo a las familias con niños para pagar guarderías (importante para el paulatino regreso al trabajo en la oficina); trato justo a los pueblos indígenas, tema que se acentuó con el reciente descubrimiento de múltiples tumbas de niños de las escuelas-residencia, considerado un genocidio.
Y evidentemente un fuerte peso lo tuvo el manejo de la pandemia; algo que socavó al Partido Conservador, pues su líder nacional estuvo apoyando las decisiones del premier de Alberta – del mismo partido- que hace unos meses decidió -antes que otras provincias- cancelar el confinamiento, dejar de rastrear casos y remover el uso obligatorio de cubrebocas. La consecuencia es que, en este momento, esa región registra el mayor número de casos de Covid en el país, peor que durante la 3ª ola; los hospitales están desbordados de nuevo y volvieron el confinamiento y las restricciones, con un alto costo en vidas humanas.
En general el resto de Canadá ha mantenido un alto nivel de vacunación y bajo número de casos, dando paso a una reapertura paulatina y el arranque de la aplicación de pasaportes de salud no solo para viajar en aviones y trenes o fuera del país, sino para actividades sociales cotidianas. En lugares como Ontario se requiere a partir de hoy prueba de vacunación para entrar a restaurantes, centros de entretenimiento, gimnasios, y muchas empresas están exigiendo a su personal tener la doble dosis de vacunas; igualmente obligatorio para todos los empleados de gobierno, de salud y escuelas.
A Trudeau y su partido Liberal le pegaron dos cosas, una es haber convocado a estas elecciones -que se estima costaron 600 millones de dólares- en medio de la 4ª ola de pandemia; y su tibieza para rescatar a canadienses y afganos que apoyaron a sus tropas en Afganistán.
Cabe señalar, que el mismo gabinete de Trudeau se forma con miembros del Parlamento, y si quieren conservar sus puestos tienen que ganar primero las elecciones de sus distritos.
En lo personal, de esta experiencia electoral me llama mucho la atención el rol que juega este proceso en la vida cotidiana, no se compara en nada con lo que ocurre en los Estados Unidos o en México. Quizá sea tiempo de reflexionar el sobre peso que tienen los procesos políticos, las campañas y las elecciones, en la vida nacional de México. Un país no lo cambia un gobierno o un partido, lo cambia su gente.
En entrevista a uno de los líderes de los pueblos indígenas canadienses, le preguntaron qué partido le parece que sea el que podía apoyarlos más, y su respuesta fue: no buscamos el respaldo ni el apoyo de ningún partido, el tema va más allá, queremos que la sociedad entera tome consciencia de los abusos históricos que se han cometido en contra de estas comunidades y que la gente toda se replantee el trato cotidiano hacia los aborígenes en todos los niveles.
Otra cosa que salta a la vista es la diversidad cultural de los candidatos a cargos parlamentarios; gente de muy diversas razas, que representa el mosaico social de este país.
A final de cuentas, las elecciones canadienses fueron uno de esos casos de hacer que todo cambie, para que nada cambie.