El término «América Mexicana» hace referencia a un concepto histórico que englobaba el territorio que los insurgentes mexicanos buscaban liberar del control colonial español durante el proceso de independencia.
Este territorio no solo incluía gran parte de lo que hoy conocemos como México, sino también abarcaba diversas regiones de Centroamérica, en un proyecto de autonomía y soberanía compartida que reflejaba la visión de unidad de los movimientos independentistas de la época.
El origen formal de este término puede rastrearse hasta el Decreto Constitucional de Apatzingán de 1814. En este documento, los insurgentes definieron un marco legal y político para la nación que aspiraban a construir, denominando al territorio que pretendían liberar como «América Mexicana».
Esta denominación simbolizaba el deseo de independencia no solo de México, sino también de las regiones centroamericanas que compartían una historia y una lucha común contra el dominio colonial.
Así respondió Sheinbaum a Trump sobre su propuesta de cambiar de nombre al Golfo de México.
Esas son respuestas a un populista que quiere anexar Canadá, comprar Groenlandia y deportar a todos los ilegales de su territorio.
Lo que es verdad es que lo anterior es una muestra de la forma en que los liderazgos populistas manipulan narrativas para afianzar poder.
La pregunta no es solo cuándo dejará Sheinbaum de imitar a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), sino también si su estrategia será sostenible en el largo plazo ante los desafíos que presenta el país y los que se vienen a corto mediano y largo plazo.
Sinceramente pienso que no le va a funcionar su estrategia, pues ya a casi 100 dias de gobierno, ya está más que desgastada.
Donald Trump acusó que «México está gobernado por los cárteles», no es la primera vez que lo dice, pues es parte recurrente en su narrativa.
A esto, se sumó su sugerencia de rebautizar el Golfo de México como el «Golfo de América» y la reiteración de propuestas como la anexión de Groenlandia y su crítica a Canadá como un vecino «aprovechado».
La respuesta de Claudia Sheinbaum no tardó en llegar. Con una «lección de historia» sobre la soberanía de México, Sheinbaum buscó proyectar firmeza y autoridad frente al discurso de Trump.
Pero a todas luces, este tipo de respuestas suelen ser contraproducentes. Como bien ilustran los enfrentamientos anteriores de figuras como Ricardo Anaya o Lilly Téllez versus AMLO, la intención de «poner en su lugar» a un líder populista muchas veces termina reforzando su retórica.
Desde que López la eligió como su sucesora, el estilo de gobierno de Claudia Sheinbaum ha buscado emular muchas de las características del líder tabasqueño. El discurso de «aqui gobierna el pueblo» no deja de evocar la división entre el «pueblo bueno» y «los otros”. El nacionalismo exacerbado, etc. que tanto ha explotado López Obrador.
Esta narrativa pierde fuerza cuando se enfrenta a los retos que trascienden los límites de la popularidad interna, como la seguridad, la relación con socios internacionales o la crisis de credibilidad frente al poder del crimen organizado.
El estilo de AMLO, caracterizado por la confrontación abierta y el uso de la «mañanera» como trinchera, le permitió consolidar una base fiel.
Claudia enfrenta un desafío distinto: gobernar bajo la sombra de su predecesor mientras intenta demostrar su propia capacidad de liderazgo. Responder a Trump con un tono moralizante podría satisfacer a ciertos sectores, pero no soluciona los problemas estructurales que subyacen en las acusaciones, algunas de las cuales no carecen de verdad, que en el fondo es lo que cala.
Lo que hace Trump lo hemos visto aquí, con la 4T y se llama resignificación y se ha usado a través de la historia como una estrategia política clave en el arsenal del populismo.
Tanto AMLO como Trump, y ahora Sheinbaum, han demostrado su capacidad para resignificar términos y conceptos en su beneficio. Desde transformar «neoliberalismo» en un epíteto para cualquier opositor hasta redefinir la relación con el «imperio», simplificar el conflicto, y a otra cosa.
No obstante, resignificar no es sinónimo de resolver, y la historia muestra que los problemas estructurales terminan alcanzando a quienes los ignoran. La violencia de los cárteles, la dependencia económica de Estados Unidos y la falta de cohesión en políticas exteriores son retos que no se superan con discursos.
Claudia Sheinbaum tiene ante sí una tarea titánica: demostrar que puede gobernar más allá de la continuidad de AMLO. Para ello, necesita ir más allá de la imitación y enfrentar con valentía las crisis que amenazan al país.
¿Será capaz de adaptarse y construir una narrativa propia, o sucumbirá al peso de las expectativas? El tiempo lo dirá, pero una cosa es clara: gobernar con resignificación es sólo un paliativo temporal frente a los desafíos del mundo real.
Tiempo al tiempo.