En política internacional, la forma importa tanto como el fondo, y el manejo de Claudia Sheinbaum respecto a las amenazas de aranceles de Donald Trump es un ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer. El intercambio, que incluyó una carta pública y una llamada telefónica, pone en evidencia una mezcla de imprudencia diplomática y una peligrosa predisposición a ceder ante las presiones del expresidente estadounidense.
Primero, el envío de una carta a Trump, ahora presidente electo, fue un gesto innecesariamente ruidoso. En lugar de dialogar con el presidente en funciones, Joe Biden, Sheinbaum optó por legitimar anticipadamente a Trump, refiriéndose a él como «Presidente», como si estuviera ya en funciones. Este acto no solo es descortés hacia el presidente actual, Joe Biden, mas bien parece un mensaje de desesperación política: México parece estar dispuesto a bailar al ritmo de quien sea que amenace con imponer aranceles, un arma que Trump utiliza con habilidad para someter a sus interlocutores.
Como lo hizo antes con López y así lo contó Trump allá por el 2022:�� “Vino (a verme) el máximo representante de México justo debajo del (puesto) más alto, justo debajo del jefe que resulta ser el presidente (de México)”, dijo Trump sobre la visita de Marcelo Ebrard a Washington entre el 2 y el 7 de junio de 2019, que tenía el objetivo de desactivar la amenaza de aranceles a las importaciones mexicanas.
“Nunca he visto a nadie doblarse así. Entró (a mi oficina) y (el representante de México) se ríe de mí cuando le digo: ‘Necesitamos 28 mil soldados en la frontera, gratis’. Él me miró y me dijo algo como ‘¿(Desplegar soldados) gratis?’ ‘¿Por qué haríamos eso en México?’ Le dije: ‘necesitamos algo llamado ‘Quédate en México’”, recordó Trump.
En ese momento Trump reveló que el mandatario mexicano comentó “no consideraremos hacer eso”, a lo que Trump le respondió: “Soy el presidente de EU, no puedes ordenarme”.
Incluso Trump añadió que amenazó con implementar el 25 por ciento de aranceles “a todas las importaciones mexicanas si López Obrador no desplegaba los soldados.
“Después de eso (él) me miró y me dijo: ‘¡Señor: sería un honor tener 28 mil soldados en la frontera! ¡Sería un honor tener ‘Quédate en el Maldito México’! ¡Queremos tener ‘Quédate en México!’.
Asi va a ser el asunto, por favor no se dejen engañar.
Ya volviendo al presente, vino la llamada. Mientras Sheinbaum se ufanaba de haber tenido una “excelente conversación” con Trump, el republicano rápidamente marcó territorio: aseguró que ella aceptó detener la migración hacia Estados Unidos y reforzar la colaboración en seguridad, incluyendo la crisis del fentanilo. En otras palabras, México se comprometió, otra vez, a ser el muro que Trump prometió construir.
La amenaza de un arancel del 25 % sigue latente, pese a la aparente cordialidad de las conversaciones. Este tipo de presiones recuerdan al sexenio de López Obrador, quien cedió a despliegues masivos de la Guardia Nacional en las fronteras. Sheinbaum parece continuar esa línea, demostrando que las «bravuconadas» hacia Trump son solo un disfraz de la sumisión real.
Lo nuevo del asunto es que Trump ha sugerido opciones militares contra los cárteles en México, desde ataques con drones hasta el envío de fuerzas especiales. Aunque estas medidas se presentan como “colaborativas”, son claras señales de una invasión suave que Sheinbaum y su equipo han ignorado públicamente. En cambio, las declaraciones de la mandataria mexicana solo evidencian la dependencia de un círculo de leales al viejo régimen, que parecen incapaces de contrarrestar las presiones externas.
La crisis del fentanilo, la migración y ahora los aranceles son asuntos complejos que demandan diplomacia firme, no el alarde vacío de gestos «dignos» que terminan en concesiones. Trump ha “tronado los dedos” una vez más, y México responde apresuradamente para evitar un daño económico mayor, aunque sea a costa de su soberanía.��Bravuconadas que, disfrazadas de dignidad, ceden terreno a las demandas de un líder extranjero. México necesita una postura clara y firme, que defienda sus intereses sin caer en el juego de amenazas y subordinación.
Es imperativo recordar que una relación bilateral exitosa no puede construirse sobre amenazas unilaterales y concesiones unidireccionales. Si este es el inicio de la estrategia diplomática de Sheinbaum, imagínense lo que vendrá.
�La diplomacia mexicana requiere de personas que comprendan que ésta no es servilismo ni teatro. Sheinbaum debe decidir si quiere ser recordada como alguien que enfrentó a las presiones externas con dignidad o como quien siguió prolongando un ciclo de subordinación ante quienes consideran a México su patio trasero.
De lo contrario, su legado estará marcado no por la defensa de los intereses nacionales, sino por haber cedido ante los caprichos de Trump con una sonrisa.
Tiempo al tiempo.