Desde la otra fronteraMirador

Volver al futuro: CDMX

Este fin de semana regresé de un corto viaje a la Ciudad de México, mi terruño, a donde no había ido hace casi 20 años. Y aquí el recuento de un regreso al pasado, donde encontré una ciudad llena de contrastes, con sitios que nunca cambian y otros que tratan de encajar en el siglo XXI, al mejor estilo del primer mundo.

Llegar a un aeropuerto comercial (Benito Juárez) ahora controlado por la Marina, da una sensación de entrar a un país socialista; la gente es siempre amable; la larga espera por el equipaje (que pasa incluso en Canadá) hace sospechar si el retraso se debe la ordeña de las maletas. Ya no hay semáforo fiscal en aduanas y han implementado el pase rápido por migración… si traes pasaporte con chip. La idea es que pases tu documento por un lector óptico y se abren puertas automáticas. El mío, recientemente obtenido en el consulado de Toronto, no funcionó. Como siempre, no aceptan mi pasaporte canadiense, pues si nací en México, mexicano sigo siendo y así debo identificarme al entrar.

Tal como dibujan las películas a una ciudad futurista, al paisaje urbano conocido le agregan enormes construcciones que destacan en el horizonte, no solo los rascacielos de Reforma y otras zonas, sino la omnipresente figura de nuevos “malls”, grandes construcciones cuadradas, como fortalezas, con los nombres de las famosas cadenas comerciales.

Recuerdo en mi primer viaje a Europa, mi amiga alemana me explicó que allá no se permite mucho la construcción de malls porque eso mata los comercios pequeños, y con ello la clase media…

Y aquí empiezan los contrastes, al lado de esos gigantes malls urbanos, por calles y avenidas han florecido cada vez más comercios ambulantes. Fue lindo ver y oír los viejos vendedores en bicicleta, ofreciendo tamales, churros, alegrías, pepitorias y camotes (con todo y su silbato); incluso vi pasar una camioneta con alta voz anunciando: “se coooompraaan colchoooones, sillooones, refrigeradooores”.

En una ciudad con siglos de saturación poblacional y un tráfico vehicular que nunca cesa, la ahora llamada CDMX ha logrado mover millones de gentes con un complejo sistema de transporte urbano. Si bien, las fallas y tragedias del metro son plenamente conocidas, la nueva red de Metrobuses incluso parece más moderna y eficiente que los autobuses del TTC en Toronto.

En este túnel del tiempo, fui por primera vez a Xochimilco. Ese paseo por los canales me hizo sentir en la vieja Tenochtitlan, pues la Ciudad de México el siglo pasado aun contaba con canales y ríos que eventualmente fueron entubados para dar paso a avenidas y viaductos. Cuando paseas en trajinera, (como ocurría en la era prehispánica) te salen al paso barquitas con comida, bebidas, mariachis, tríos, recuerdos, golosinas. Un joven emprendedor subió a nuestra trajinera ofreciendo obleas de amaranto con sabores gourmet: pétalo de rosa, yogurt, Baileys, café y nopal; producto orgánico, sano, dietético y ¡en bolsas biodegradables!

El centro histórico ha sido mejorado con el rescate de muchas construcciones, el magnificente Zócalo, el Palacio de Bellas Artes, la Torre Latinoamericana y algunas de sus calles convertidas en andadores peatonales son visita obligada de turistas. Hay tradiciones que sobreviven al paso de los siglos, a un lado de Palacio Nacional, entre la Catedral y la entrada al Templo Mayor pudimos ver un grupo de indígenas con penachos y pintas prehispánicas, ofreciendo limpias con ramilletes de romero, humo de copal y sonidos ancestrales de silbatos con formas de deidades.

Una de las razones de mi visita era hacer un tramite bancario para un familiar de la tercera edad, que vive en el extranjero, y que en 3 meses no había podido cobrar su pensión. El banco de origen español que comprara uno de los mayores bancos mexicanos tras la crisis de 1994 (BBVA), se negó a renovar la tarjeta bancaria pues mi pariente no había podido renovar su tarjeta del IFE (hoy INE). Ni pasaporte, ni tarjeta de salud, credencial laboral, acta de nacimiento, menos aun credenciales del extranjero son aceptables.

México podría ser el único país del mundo cuya única identificación oficial es la credencial electoral. ¿Cómo es posible que toda transacción fiscal, operación comercial, búsqueda laboral, etc., sean controladas por un documento que identifica a las personas registradas en el padrón electoral? Esto hace del Instituto Nacional Electoral (INE) una entidad con autoridad por encima de los tres poderes oficiales. En Canadá como en los Estados Unidos y Europa los gobiernos federales, estatales y municipales tienen la tarea de proporcionar a sus ciudadanos una identificación oficial.

La idea es tener con registro confiable que no dependa de edad, sexo, capacidad económica o decisiones políticas. El pasaporte solo lo tiene quien puede viajar al extranjero, la cartilla militar solo la tienen los hombres, la credencial del INAPAM (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores) es para mayores de 60 años; la credencial electoral es (o debería ser) opcional, para quienes quieren votar o se abstienen por no creer en el sistema o sus partidos. No tiene sentido a ver de este registro el único sistema de registro oficial de la población, donde su banco de datos (huellas digitales) son condición sine qua non para realizar transacciones bancarias o, para el caso, cualquier operación oficial o comercial.

Solo México, Trinidad y Tobago, Antigua y Bermuda, Republica Dominicana, Islas Solomon y el Congo usan la credencial de elector como identificación oficial.

Algo en lo que el reino de la corcholata mayor, CDMX, sí se parece al primer mundo es la creciente presencia de campamentos de inmigrantes ilegales, indocumentados y buscadores de refugio. Antes no se veían personas de raza negra en las calles, ahora son parte del paisaje.

En otro interesante contraste, algunas colonias de clase media alta están siendo invadidas por inmigrantes extranjeros, sobre todo americanos que aprovechan la herencia de la pandemia: trabajar desde casa, la cual no reconoce limites geopolíticos en la era del internet y las oficinas virtuales. Es así que el paisaje racial esta cambiando en la capital del país.

Entrar a México e como entrar a otra dimensión, donde los eventos mundiales son poco conocidos y se sienten muy lejanos. Para los que acostumbran leer u oír noticias, la temática predominante es las corcholatas y su nueva contrincante del frente unido opositor. O chismes deportivos o de la farándula.

Si bien hay avances, la pobreza se siente, la inflación es fuerte, la falta de empleos formales, y sobre todo la inseguridad. Barrios como Tepito son zonas donde ni la policía se acerca, se oyen casos de balaceras incluso a medio Viaducto; soplones en el aeropuerto que vigilan a los que cambian fuertes cantidades, para seguirlos, asaltarlos y matarlos. Cabe indicar que por alguna razón, pareciera que solo las casas de cambio del aeropuerto pueden negociar divisas extranjeras en efectivo, los bancos en sus sucursales urbanas no lo hacen.

Los sabores de México, sus viejas tradiciones, su gente, su arte, su sentido del humor son invaluables. Pero urge a un real Estado de Derecho, una verdadera lucha contra la corrupción y acabar con esa desconfianza entre la gente, los negocios y el gobierno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba