“Cuando Piita Irniq se reúna con el Papa Francisco en Iqaluit (Canadá), le hará una petición por la que ha esperado toda su vida… En agosto de 1958, cuando tenía 11 años, Irniq fue secuestrado de la casa de su familia en Naujaat, en las orillas de la Bahía Hudson, para ser llevado a la fuerza a una escuela-residencia en Chesterfield, Inlet.
Como muchos otros estudiantes indígenas, en esos internados, sufrió de abusos terribles: emocionales, físicos y sexuales. Seis décadas después, en este julio de 2022, el habría de solicitar al Papa Francisco, en persona, que interceda para que uno de sus presuntos abusadores, el padre Johannes Rivoire (actualmente asilado en Francia) se traído de regreso a Canadá para enfrentar cargos”.
Así narra un canal de televisión local uno de los miles de casos que han salido a relucir desde el hallazgo de cientos de tumbas clandestinas a lo largo del territorio canadiense, en los alrededores de lo que por décadas fueron las instituciones conocidas como escuelas residenciales. Un sistema forzado de asimilación cultural impuesto por el gobierno para “reeducar” a los hijos de las familias aborígenes, en su mayoría administrados por la iglesia católica.
Aun cuando el gobierno federal actual ha intentado investigar a fondo estos abusos, que por los recientes hallazgos se han catalogado de genocidio y han llegado a dar compensaciones económicas a los sobrevivientes, hacia falta un paso muy importante: hacer que el líder de la iglesia católica viniera a Canadá a pedir perdón a nombre de la institución.
Por tal motivo, esta visita papal contiene un sentido tremendamente diferente a los viajes que ha hecho al resto del mundo, en especial a países católicos como México, donde su presencia es para recibir veneración. En este caso, el mismo Papa ha llamado a su viaje una Peregrinación Penitencial, porque vino a pedir el perdón de los pueblos que fueron masacrados usando el escudo de la religión.
El pasado 25 de julio, el Papa Francisco inició su visita a Canadá en la provincia de Edmonton, en la comunidad indígena Cree de Maskwacis, donde visitó un cementerio donde yacen los restos de las victimas de las escuelas residenciales. Todas sus paradas fueron en sitios habitados por sobrevivientes y familias de las víctimas del genocidio de aborígenes. En cada uno de ellos, el líder de la fe católica tuvo que ir profundizando su discurso; empezó diciendo que pedía perdón por los abusos cometidos por “algunos católicos” en el pasado reciente, pero tuvo que llegar a reconocer que eran actos generalizados (institucionales) que incluían abusos sexuales y el ocultamiento de archivos sobre las miles de muertes de infantes.
Ante una audiencia escéptica, profundamente herida, dolida y en busca de justicia, tales palabras no resonaron bien. Al mismo tiempo, y asumiendo que en verdad él no tenía detalles de los hechos, fue oyendo historias de horror de parte de los sobrevivientes, que -como el mismo pontífice- son octogenarios y algunos de ellos con discapacidades; y fue profundizando su discurso, tratando de hacerlo cada vez más honesto y sentido.
Ciertamente hubo respeto, no faltaron reuniones oficiales con clérigos y -particularmente en la provincia francófona de Quebec- hubo la tradicional muestra de veneración de parte de muchos devotos católicos que acudieron a admirar y ofrecer sus respetos al santo padre; pero los protagonistas de esta peregrinación penitencial -como el mismo Francisco la calificó-, eran los hombres y mujeres que sobrevivieron los horrores del genocidio canadiense.
Incluso, la población blanca de Canadá se sorprendió cuando todos los hechos salieron a la luz y algunos dicen sentir vergüenza de que esta nación se haya forjado en los cimientos de tales actos de sangre, abuso y despojo en pleno siglo XX.
Los noticieros canadienses dieron gran énfasis a los rostros de los viejos indios que acudieron a los eventos, reflejando un dolor muy añejo por las miles de vidas que se han perdido en consecuencia y una pesada carga de injusticia y abusos. Los medios destacaron que, a pesar de tal crisis, ellos también ofrecieron apertura y reconciliación con la iglesia católica, invitando al Papa a vestir sus penachos -símbolo de autoridad y respeto-; algunos cantaron y bailaron siguiendo sus ancestrales tradiciones y lenguaje, para mostrar aquello por lo cual sienten gran orgullo, lo mismo por los que también fueron reprimidos, abusados y despojados.
Tras la visita a Edmonton en la región central del vasto territorio canadiense, se dirigió a Quebec City, para rematar en la región del círculo polar ártico, en una comunidad inaccesible dónde habitan indígenas inuit (común y erróneamente llamados “esquimales”, aquí visto como un término peyorativo).
La última parada del viaje papal fue en Iqaluit, en la región de Nunavut, la comunidad más al norte de Canadá, dentro del llamado Círculo Polar Ártico, solo accesible por aire y que en el pasado solo era de interés para barcos caza-ballenas y misioneros; pero que ha venido tomando una posición estratégica para cuestiones de seguridad militar y por los efectos del cambio climático.
Cabe señalar que, si bien esta visita se dio por un intenso cabildeo político internacional, también podría verse como un manejo de crisis de una poderosa institución, una “marca” manchada por un sinnúmero de escándalos de abuso sexual que incluso ha forzado a la venta de muchos templos católicos y a una creciente perdida de feligreses. Quizá Canadá no sea el único país donde por décadas muchas iglesias han cerrado sus puertas y algunos templos han sido remodelados para convertirse en vistosos condominios exóticos.
Mientras que muchos de los migrantes, hecho que el Papa reconoció en su visita (la gran apertura de este país hacia inmigrantes, no particularmente de Latinoamérica), han conservado sus creencias religiosas y existen muchas mezquitas y otros centros de culto; los canadienses de la fe cristiana (tanto católicos como protestantes) en general han dejado de creer o al menos han dejado de ir a las iglesias.
Curiosamente el evento tuvo muy pobre cobertura para México, donde el poder y la influencia de la Santa Sede y el poderoso clero local no habrían visto bien a su líder en acto de profunda humidad y admitiendo culpas, que ciertamente no se limitan a los indígenas canadienses, pues por todo el planeta se han hecho denuncias legales por abusos sexuales de parte de muchos padres desde tiempos inmemorables.
Y ni hablar del estado en que viven en México los indígenas actualmente, sin mencionar el hecho que, aun siendo un pueblo mayoritariamente mestizo, a la fecha siente vergüenza de sus raíces, y donde la palabra aborigen, indígena o indio es una ofensa.