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QUERETARO DE MIS RECUERDOS

Marzo 27, 2022.

Tras pasar por la respectiva prueba de Covid (y cartas de vacunación) abordé hace unos días un avión hacia Querétaro; casi 4 mil kilómetros después, volando a 38 mil pies de altura, una jornada de casi 12 horas incluyendo trámites sanitarios, paso por aduanas e inmigración, con una escala de 3 horas en Houston, por fin arribé a la ciudad donde viví casi 20 años de mi vida: Santiago de Querétaro.

Aunque solo hace 4 años que estuve ahí, no deja de sorprenderme el enorme desbordamiento urbano de la capital queretana. Esta vez fue como una escena de viajar a un futuro distópico, al hospedarme en un nuevo hotel, parte de un centro comercial gigantesco ubicado a 2 calles de donde yo vivía. De un lado podía ver desde un noveno piso todo mi vecindario, casas de familiares y amigos; del otro lado, una mancha urbana que no ve fin, salpicado de edificios muy altos (condominios y oficinas, supongo). Casi imposible de ver los Arcos o las torres del centro histórico, esos que habían dado por siglos identidad a Santiago de Querétaro.

Cuando llegamos a vivir en 1985, dos enormes construcciones parecían gigantes monumentos a la modernidad impuesta a una de las sociedades más conservadoras del país: el Estadio La Corregidora y el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez. En el Querétaro de 2022, esas edificaciones -por no decir el resto de la ciudad- parecen enanos envejecidos, bajo la sombra de las múltiples obras faraónico-ultra modernas. Las nuevas vialidades no terminan de dar flujo al tráfico vehicular que ahora no envidia nada al de la CDMX. No es que esté en contra de la modernidad, pero las ciudades del primer mundo crecen en forma más ordenada, asegurando la disponibilidad de recursos vitales como el agua, la electricidad, drenaje profundo, vialidades apropiadas y, en casos como Europa, se suele conservar el estilo de vivienda tradicional.

El antes prominentemente limpio y cuidado centro histórico se ve saturado de comerciantes ambulantes, los viejos edificios un poco descuidados, los jardines no bien mantenidos; se ve un espíritu de queretanidad sofocado, desplazado, sobre explotado.

Y a pesar del esfuerzo modernizador de la arquitectura y la presencia de malls al estilo americano, prevalecen los lastres de la burocracia y no se puede ocultar una mayor polarización económica. Me explico, al hacer un trámite bancario, sin contar con credencial del INE (la que tengo dice IFE…), ofrecí mi pasaporte y otra identificación, que para ser aceptada tuvo que pedir autorización a las oficinas de la Ciudad de México. Es decir, Querétaro con toda su modernidad, sigue atado al centralismo, no solo político, sino en la iniciativa privada.

Al ir de compras al mall, no entendí cuando me preguntaron “su pago es directo”; órale, ¿qué es eso? El empleado me explicó si lo iba a pagar de contado o a crédito. En Canadá, la pregunta es efectivo (cada vez menos común) o tarjeta (débito o crédito). Esto me dice que hasta para compras pequeñas, la gente promedio tiene que endeudarse. Y los precios son mucho más altos que en Estados Unidos o Canadá, no solo para electrónicos, sino ropa y buena comida en restaurantes.

Una de las cosas más preocupantes es la seguridad; mucho se ha dicho que Querétaro es una de las entidades menos infiltradas por el narco y con menos violencia y delincuencia. Sin embargo, los recientes hechos en el partido de futbol en El Corregidora, donde decenas de personas resultaron gravemente heridas (las redes sociales aseguran que hubo muertos, las autoridades lo niegan), me parecen un termómetro, un indicador del radical cambio en el perfil de comportamiento de mucha gente; ahora capaces de atacar con gran sadismo y brutalidad a otros aficionados. No fue solo falla en la seguridad (pública o privada), pues la gente en el estadio son ciudadanos, no criminales en una prisión; tampoco es solo la posible manipulación de los dueños de los clubes en busca de un desquite deportivo; se nota un modus operandi al estilo de los narcos en su interminable lucha territorial. Fue tal el impacto en los medios noticiosos internacionales que le robó por unos días espacio noticioso a la guerra en Ucrania.

Tanto en Canadá como en casi todo el mundo, por semanas no se habla de otra cosa que de la invasión rusa sobre Ucrania. Y aunque con mi viaje reconocí la enorme distancia geográfica de México con Norteamérica, el hecho es que mientras acá se siente cercana la crisis ucraniana, y parece un hecho criminal claro, con el riesgo de detonar una tercera guerra mundial; los mexicanos se sienten muy ajenos, lejanos ¡y aun lo clasifican como tema polémico! Y eso que México es parte del consejo de seguridad de la ONU, privilegio que Canadá no logró.

Más de una persona me dijo, “el tema de Ucrania es muy polémico en México”, hay grupos políticos que apoyan a Rusia; hubo incluso alguien que me lo explicó así: “es como si tú vas por la calle con tu esposa e hijos y llega un ladrón, te pide la cartera, se la niegas y matan a tu familia… es tu culpa, pues debiste dársela; igual, si el presidente Zelenskyy le hubiera cedido el territorio a Putin, no habría guerra; ¡entonces es culpa del presidente de Ucrania!”

Pareciera que en México los actos criminales o de un gobierno totalitario son justificables; reflejo de que, a pesar de tanta transformación y modernidad en apariencia, hay un retroceso político, prevalece el centralismo, un ambiente de violencia e inseguridad que se acepta como normal y un caos informativo, terreno fértil para la manipulación de la opinión pública.

La calidez humana, los lazos afectivos de familia y amigos, la rica comida mexicana y el calorcito, son cosas que disfruté profundamente. Lo único lamentable fue mi vuelo de regreso, donde padecí un acto segregacionista por ser mexicano, fui tratado con desconfianza y sospecha por el personal mexicano de la aerolínea United en el Aeropuerto Internacional de Querétaro; mientras que los americanos que abordaban el vuelo fueron tratados mucho mejor. “Bienvenido paisano, ¡mis polainas!”

Quedan en mi mente el bello Querétaro de mis recuerdos, mi México querido, su gente; lo demás es temporal, cambiante e intrascendente. Es un arte moverse al ritmo del paso de los siglos, adaptarse a los tiempos que corren sin perder su identidad, su esencia.

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