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Juegos políticos en la era de «Fake News»

Durante cuatro años, el mundo aprendió que se puede gobernar (y hacer propaganda) por Twitter, en su capítulo final ese circo político culminó con la toma violenta del Capitolio de los Estados Unidos por una turba enardecida que pretendía preservar en el poder a su líder ideológico Donald Trump.

Jennifer Hochschild, profesora de Harvard, describe la naciente era de la “post-verdad” como un regreso a las prácticas políticas e informativas de los siglos 18 y 19 en los Estados Unidos, después de que durante el siglo XX los medios ejercían una práctica informativa equilibrada, con baja retórica.

Antes de oír el término “fake news” (mentiras falsas), se habló de “gaslighting”, término basado en la película Gaslight (1944), donde se describe una estrategia política para confundir a los ciudadanos, difundir mentiras, usando un estilo de burla y silencios (no hablar de problemas reales), lo cual siembra grandes dudas en el público y los somete a su voluntad. Estas tácticas las usan mucho personajes narcisistas y agresivos, al estilo de Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador.

El 6 de enero -una escena como de película- miles de enardecidos seguidores de Trump, fustigados por él mismo, convencidos de que hubo fraude electoral (idea compartida incluso por el presidente mexicano) entraron con violencia a la sede del poder legislativo americano con la intención -según testimonios legales- de asesinar a los legisladores que iban a reconocer el gobierno de Joe Biden.

Atrás quedaron aquellas manifestaciones populares basadas en ideales humanitarios o ideologías políticas serias. Esta turba la formaban grupos radicales neonazis, gente que cree en cultos satánicos, unos que buscan revivir las cruzadas de la edad media, otros que veneran dioses nórdicos; aquellos que aseguran que Trump es un enviado celestial para salvar a la humanidad, y todo tipo de fantasías que persiguen la supremacía de la raza blanca anglosajona. En esa turba había legisladores, policías en activo y militares.

La investidura del presidente Joe Biden fue un evento lleno de simbolismos, un regreso a un ejercicio político tradicional. Además de la grave crisis sanitaria y su grave impacto en la economía, el nuevo gobierno enfrenta un profundo divisionismo. Biden llegó al poder con el apoyo de la mitad de la población, su reto es ganar la confianza de la otra mitad.

Al saberse, por reportes de sus cuerpos de inteligencia, de que se preparaban revueltas armadas a lo largo de todo el país, y buscando evitar otro intento de toma del Capitolio, -en un acto sin precedentes- el evento de investidura de Biden destacó por la presencia de miles de soldados, cuerpos policiacos, barricadas y todo tipo de medidas de seguridad; emulando escenas solo vistas en regímenes militares y autoritarios, como Rusia y China.

Con la urgencia de parar en seco la propagación del Covid 19 (y sus mutaciones), Biden tendrá que imponer medidas muy estrictas de confinamiento y protección como el uso obligatorio de cubrebocas (que ya se hace en otros países). Los americanos estaban acostumbrados a “defender sus libertades individuales”, negándose a cumplir tales medidas sanitarias, y muchos siguen creyendo que Biden no debería estar gobernando.

La agenda interna del gobierno de los Estados Unidos va a estar muy por encima de sus relaciones con el exterior. Un ejemplo es que en las primeras horas de la administración, Biden canceló de tajo el proyecto de un oleoducto que transportaría petróleo de Alberta (Canadá) al territorio americano. Un golpe bajo para la economía canadiense, sin previo aviso y aun cuando Biden había dicho que negociaría con Trudeau el controvertido proyecto. Joe tenía que cumplir una promesa de campaña a su pueblo, aun dañando la relación con su socio comercial más importante.

No solo los presidentes ejercen jugadas políticas… Otro golpe a Trudeau estos días fue dado por Pfizer, que de pronto dijo a sus clientes en Europa y Canadá que reduciría sus envíos de vacuna contra Covid 19 durante unas semanas, debido a que su planta en Bélgica estaba siendo ampliada para incrementar su capacidad. Pero al final, en vez de una reducción Pfizer hizo una suspensión total temporal, y Canadá no recibirá vacunas (pagadas por anticipado) por varios días.

En los medios se coló la noticia de que Pfizer en Canadá estaba solicitando al gobierno que le diera algunas exenciones fiscales para favorecer sus operaciones en el país; y algunos ven la decisión de dejar de enviar vacunas al país como una forma de presionar para conseguir tales beneficios.

Casualmente, anoche los noticieros hablaron de un descubrimiento de científicos en Montreal (Canadá), en vías de confirmar para uso oficial una medicina -ya existente- que está probando ser muy efectiva para curar pacientes de Covid 19, la Colchicina, droga usada para tratar la gota. Este medicamento (barato y ya de venta en las farmacias) están demostrando poder reducir la gravedad y la mortalidad de pacientes con coronavirus, en altos porcentajes.

Cuando a nivel internacional se dijo que Pfizer dejaría de mandar vacunas a varios países por la ampliación de su planta en Bélgica, en México López Obrador dijo que se debía a que iban a cederle esa porción de sus vacunas a países pobres…

Pero, cuántas veces los seguidores de López han justificado que el gobierno no tenga ningún plan de apoyo financiero a personas y negocios por los efectos de la pandemia, debido a que México no es un país rico… Esta gente no entiende que, si México es parte del G20, es una de las naciones más ricas del planeta. Aunque la economía mexicana no se compara con la de Estados Unidos o de Canadá, ¡tampoco es lógico que sus planes de apoyo financiero por la crisis sanitaria sean comparables a los que se están dando en Uganda!

Y volvemos al punto, la ausencia de verdad en la información que proviene de las autoridades. Los voceros de Trump se referían a “otra realidad”, López Obrador ha dicho “yo tengo otros datos”. Si ahora el presidente justifica una acción porque México es rico, mañana justifica otra porque el país es pobre, ambas se aceptan por el pueblo, aunque sean contradictorias. Un día se aplaude el rol de la DEA para aprehender criminales mexicanos, al día siguiente se ataca a la DEA y se exonera a un personaje que presuntamente ha apoyado a la mafia.

Quizá una de las consecuencias del confinamiento es el aislamiento social; cada quien vive en su burbuja, ve el mundo a través de pantallas y cada quien construye la realidad que quiere ver… o que otros quieren que vean. Habrá que esperar a ver qué o quién va a llenar ese gran hueco que dejaron los tweets de Trump en el recinto de poder del ciberespacio. Al menos por ahora -y sin ser su intención- fue el senador socialista (suspirante presidencial) Bernie Sanders, que sin pretenderlo le robó cámara al mismo Joe Biden y a Kamala Harris, y fue mayor tendencia de moda en redes que J Lo y Lady Gaga. ¡El pueblo quiere circo!

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